Invidente desde muy pequeño, Juan Gabriel Soto está desarrollando una habilidad excepcional: identificar a las aves por su canto o sonidos mientras camina por uno de los bosques colombianos.
Junto a otros seis compañeros también ciegos, Soto avanza aferrado a una soga que lo guía por un sendero de «avistamiento» de unos 400 metros, en el área rural de Cali, la tercera ciudad de Colombia.
Una audioguía les ha enseñado a reconocer los sonidos de las aves que se cruzan en el camino.
«Es una forma de avistar aves con nuestros oídos (…) es sentirlas», explica Soto, de 39 años y quien perdió la visión por un golpe en la cabeza cuando tenía tres.
«Uno poco a poco va aprendiendo porque de verdad son muchas especies y muchos sonidos», agrega tras completar el recorrido por tercera ocasión.
La primera vez no identificó a ningún ave, pero con el tiempo ha ido aguzando el oído, aprendiendo a distinguir entre los cantos del colibrí, el gallito de roca, la tángara real y el gavilán.
«Hay aves que tienen más de cinco u ocho sonidos. Aprender a identificarlas, a desarrollar ese sentido es una tarea que no es fácil pero se vuelve interesante», comenta Stiven Santander, jugador de bolos de 29 años, y quien también va por el sendero aferrado a la soga.
Las llamadas rutas sonoras son una iniciativa pionera en Colombia y están inspiradas en Juan Pablo Culasso, un invidente uruguayo célebre por su capacidad para distinguir los trinos de más de 3.000 aves, según la ONG Asociación Rio Cali, responsable del proyecto.
Imaginación al tacto
Con unas 1.900 especies de pájaros registradas, Colombia es el país con mayor diversidad de aves en el mundo y una potencia global en avistamiento, según el estatal Instituto Humboldt.
Las rutas sonoras ofrecen la opción de ampliar la experiencia a personas con alguna discapacidad visual, que acceden al sendero pagando el equivalente a nueve dólares.
Antes de adentrarse en el bosque de niebla, los visitantes manipulan las réplicas de plástico de algunas especies, para hacerse a una idea de lo que van a escuchar.
«Es algo sensacional porque al no poder ver (…) uno se hace una imaginación al tacto», se regocija Stiven.
Ya en el sendero, avanzan con sus bastones mientras coloridas criaturas posan a ambos lados atraídas por pequeños platos de alimento.
«Toda la población con discapacidad visual tiene ese derecho y ese deber de venir a disfrutar este espacio», estima Juan Gabriel Soto con una sonrisa de oreja a oreja.
Según la ONG Asociación Rio Cali, existen más de 10 caminos como este en los alrededores de la ciudad.
«Estamos aprovechando ese 7,1% de la población (colombiana) que tiene alguna discapacidad visual», agrega Herman Bolaños, de la estatal Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca, que también apoya este proyecto de «turismo inclusivo».
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