El recinto en Berlín-Weißensee es un pequeño bosque declarado munumento nacional desde 1977.
El Cementerio Judío en Berlín-Weißensee es el más grande de Europa que sigue en uso. En este lugar se han realizado hasta ahora más de 116,000 entierros. Visitantes judíos de todas partes del mundo muchas veces quedan asombrados por todo lo que se puede descubrir en este camposanto.
Quizás, lo más sorprendente es que aún exista este cementerio. Si el Imperio de Hitler, que iba a durar 1,000 años, según decía el propio dictador, no hubiese fenecido tras solo 12 años, los nazis seguramente habrían destruido el cementerio.
Hoy, el Cementerio Judío en Berlín-Weißensee es un pedazo de historia germano-judía, y es un lugar donde siempre se pueden descubrir cosas nuevas.
La cineasta Britta Wauer estuvo tan fascinada por el cementerio que en 2011 le dedicó un documental titulado "Im Himmel, unter der Erde" ("En el cielo, bajo la tierra"). Ella acompañó a personas como Bernhard Epstein, un judío de Florida cuyos ojos se llenaron de lágrimas cuando estuvo por primera vez delante de la tumba de su abuela. Hay muchas historias similares relacionadas con el cementerio.
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Para muchas familias, las tumbas son lo único que recuerda a sus parientes de la época anterior al Holocausto.
Mucha gente viene y pone una piedra en la tumba. Solo en pocas hay flores, generalmente de judíos de la antigua Unión Soviética que fueron enterrados en los últimos años. Y es que aún se realizan entierros en este cementerio, por lo que también hay lápidas más modernas, por ejemplo la del escritor y presidente por antigüedad del Parlamento alemán Stefan Heym, fallecido en 2001.
Hay lápidas que no son mucho más grandes que un bloc de dibujo y hay mausoleos del tamaño de una vivienda de una sola habitación. Hay secciones donde las lápidas están ordenadas por filas y otras donde las piedras sepulcrales están ladeadas o se derrumbaron hace tiempo o tienen que ser apuntaladas. Con una superficie de poco más de 42 hectáreas, el Cementerio Judío es el más grande de Europa que aún está siendo utilizado. Fue declarado monumento nacional en 1977.
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El primero que aquí encontró su última morada, el 22 de septiembre de 1880, fue Louis Grünbaum, director de la Residencia de Ancianos Judíos. En aquel entonces, Weißensee aún era un pueblo situado junto al límite municipal de Berlín. El cementerio sigue situado en un espacio verde, o mejor dicho, es un pequeño bosque ahora integrado a la ciudad. Aquí se oye al pájaro carpintero taladrando o al mirlo cantando. Al fondo aparece un zorro cruzando el camino. Sin embargo, el cementerio no es un parque como otros en Alemania. En la entrada hay una glorieta que recuerda a las víctimas del Holocausto. Ahí se pueden leer los nombres de muchos campos de concentración y exterminio, y en el pequeño muro que está detrás hay placas que recuerdan a aquellas víctimas del Holocausto que no tienen un monumento funerario en ninguna parte.
Caminar por el cementerio deja una sensación de pérdida: con el Holocausto, la comunidad judía de Alemania prácticamente desapareció. Alguna vez hubo en casi cada ciudad nombres como Maybaum y Oppenheimer, Bernstein y Wiesenthal. En el cementerio, uno puede leer esos nombres una y otra vez, pero ya no en las chapas del timbre de las puertas.
También durante el Imperio alemán existía el antisemitismo. Sin embargo, muchos judíos berlineses eran vecinos respetados y apreciados, y algunos de ellos recibieron en vida honores y fueron famosos. A esta categoría pertenecía, sin duda, Samuel Fischer, fundador de la editorial S. Fischer. Su tumba se encuentra en el cementerio de Berlín-Weißensee al igual que la de Rudolf Mosse, uno de los principales editores de periódicos durante el Imperio. O la de Berthold Kempinski, quien dio su nombre a la cadena hotelera mundialmente famosa. El escritor alemán Kurt Tucholsky dedicó al cementerio un poema melancólicamente bello. Sus padres fueron enterrados aquí. Su madre murió en 1943 en el campo de concentración de Theresienstadt.
La sección del cementerio con las tumbas de soldados judíos alemanes de la Primera Guerra Mundial es impresionante. Unos 120,000 alemanes judíos se fueron a la guerra voluntariamente. Uno de cada diez lo pagó con su vida. Un monumento los recuerda. "A sus hijos caídos durante la Guerra Mundial. La comunidad judía en Berlín", reza la inscripción, que pretende mostrar a los contemporáneos cómo se veían a sí mismos los judíos en Berlín en aquella época: como parte de una sociedad que solo pocos años después los marginó, los persiguió y los asesinó.