Después de años de ser una ciudad minera prolífica, la isla japonesa de Hashima quedó completamente abandonada. Ésta es la razón.
Una junto a la otra, las carcasas de los edificios en Hashima miran al sol pasar. En su tránsito a través de la bóveda celeste, deja sus marcas sobre las paredes —ahora desnudas, sin color— que alguna vez dieron sombra y cobijo a los mineros que la habitaban. A 15 kilómetros de la prefectura de Nagasaki, al sur de Japón, la isla alguna vez fue un estandarte de industrialización para el país. Hoy, sólo quedan esqueletos de edificios.
Ésta es su historia.
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Esqueletos de edificios en silencio
Hashima pertenece al grupo de 505 islas abandonadas en el archipiélago del Sol Naciente. Con un poco más de 6 hectáreas, fue un punto de interés minero hacia finales del siglo XIX, ya que rebosaba en yacimientos de carbón submarinos. En el auge de la revolución industrial japonesa, el recurso se convirtió en una necesidad para el desarrollo.
Hacia la década de los 60, alcanzó una población de más de 5 mil 200 habitantes. Todos ellos dedicados a alguna actividad relativa a la minería de carbón. Sin embargo, las reservas naturales muy pronto se agotaron. Tan sólo 14 años después, la explotación del espacio no tuvo sentido, porque el recurso ya se había terminado.
Sin trabajo, y con ánimos de buscar mejores oportunidades, los habitantes de Hashima abandonaron la isla poco tiempo más tarde. Durante más de tres décadas, el espacio quedó completamente inhabitado. Sin fauna ni flora en específico, las paredes perdieron su color original. Los techos se agrietaron. Los vidrios en los ventanales se rompieron. Los edificios se convirtieron en esqueletos.
Y se hizo el silencio.
¿Qué pasó en Hashima?
A la sombra de los edificios abandonados, en Hashima resuenan ecos bélicos. Etimológicamente, su nombre se traduce del japonés como ‘isla del acorazado‘. Esto es así porque, durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió como escenario para el trabajo forzado de los prisioneros coreanos y chinos.
Los civiles reclutados trabajaron durante años en condiciones precarias. Bajo la supervisión de generales japoneses, recibieron un trato brutal en las instalaciones de Mitsubishi, que tenía intereses en la isla por las minas de carbón. Por las jornadas extenuantes, el agotamiento y el riesgo implícito en la minería, muchos de ellos fallecieron ahí.
Entre crímenes de guerra y escasez, el golpe definitivo que recibió Hashima vino de los tifones que azotan esta región de Asia. Hacia mediados de la década de los 70, los civiles tuvieron que ser evacuados de emergencia:
«Los mineros y sus familias que habían establecido una vida ahí se dieron cuenta de que no podrían soportar las condiciones climatológicas por mucho tiempo más. El oleaje podía ser tan fuerte que los dejaba incomunicados con las demás islas de la prefectura de Nagasaki», documenta .
Aún sin atención humana, los edificios en la isla están prácticamente intactos. Si bien es cierto que no reciben mantenimiento —y se nota—, las estructuras se conservan sólidas, a pesar de las inundaciones y el mal clima. Años después, algo de ese mismo halo fantasmagórico encendería nuevamente la actividad en la isla.
Del desarrollo industrial al morbo histórico (o el barullo de turistas estupefactos)
Con el inicio del nuevo milenio, Hashima volvió a ser de interés para Japón. Ahora, como un sitio para el turismo oscuro. En 2002, dejó de ser propiedad de Mitsubishi, y se abrió lentamente al público. Primero, sólo a periodistas que querían cubrir la historia de la isla fantasma en Nagasaki. Luego, a un creciente número de personas que querían ver vestigios de la Segunda Guerra Mundial.
Oficialmente, Hashima abrió sus puertas al turismo internacional hasta 2009. El notable interés que tenían los visitantes por la ciudad fantasma obligó a las autoridades locales a lanzar un proyecto de protección para este patrimonio abandonado. Cadenas internacionales de noticias, como CNN, incluso la catalogaron como uno de los 10 lugares más escalofriantes en el mundo.
Hoy, las ruinas de los parques y espacios públicos de Hashima se inundan cada verano con el barullo de turistas morbosos. Lo mismo se pueden pasear entre hospitales olvidados que en antiguas casas particulares, todas vacías. Aunque las minas de carbón ya no están en funciones, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2015.
Las ruinas en Hashima «representan la primera transferencia exitosa de la industrialización de Occidente a una nación no occidental», dice la institución. Al sur de Japón, los edificios siguen viendo el tránsito del Sol sobre la bóveda celeste. Ahora, al menos, unos cuantos turistas se pasean entre las calles. En sus rostros, casi siempre, se dibuja una sonrisa morbosa.
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