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Bristol Buenaventura

Sólo para amantes de la naturaleza que disfrutan también de los lujos

Fue una larga travesía desde el momento en que sonó mi despertador, a las cuatro de la mañana, hasta que el conductor del taxi me depositó en el vestíbulo del Bristol Buenaventura, en la noche. Lo único que pude ver fue el paisaje desde mi balcón y el menú. Fue suficiente.

Un lago bordeado de juncos, con su palapa con techo de paja. En el centro, una piscina flanqueada por palmeras destella en la oscuridad, como si estuviera suspendida sobre el lago. Ese era el paisaje que disfrutaba mientras cenaba el platillo de vegetales rostizados con polenta que ordené del menú vegetariano preparado especialmente para mí.

El sonido de los árboles, de las ranas y el murmullo del agua me arrullaron hasta dejarme en un estado de plácida serenidad.

Aquí en el trópico es mejor levantarse temprano para disfrutar del aire fresco de la mañana antes de que el sol tropical caiga de lleno. Comencé el día saludando a la costa de tonos rosados, ahora visible en el horizonte, y salí de mi habitación para ir a correr en la playa, que era como una tarjeta postal tropical enmarcada por palmeras y relucientes trazas de arena volcánica negra.

El día en el Bristol Buenaventura transcurrió demasiado rápido, con una amplia variedad de actividades recreativas para escoger: elegir un caballo Paso Fino del establo Las Cuadras para dar un paseo a caballo o en carruaje, tours en jet-ski a las cercanas Islas Farallón para esnorquelear por la tarde, un ecotour en kayak o a pie por el cercano río Hato, surfeo o buceo, por mencionar algunas. Teníamos poco tiempo, así que jugamos con el jet-ski en las olas cerca de ahí. Pronto llegó la hora de sumergirse en el lujo con un masaje celestial en el Corotú Spa, llamado así en honor del majestuoso árbol corotú que hay afuera, en el patio.

El spa es un sedante santuario donde Panamá se une al mundo con lo último en tratamientos holísticos matizados  con elementos regionales, como el envoltorio pixbae, hecho con el fruto de una palma nativa, y las finas arenas volcánicas que se usan para los exfoliantes corporales. Un menú interactivo de opciones te permite diseñar tu propia experiencia, desde la música hasta los aromas que te envolverán.

Para no alterar el estado de ánimo, me reposo en el jacuzzi al aire libre, dejo que los chorros de agua continúen la labor del masaje y eliminen el estrés de las últimas semanas.

Doy unas cuantas vueltas en la serpenteante piscina sinfín; luego me dirijo nadando al bar de la alberca y ordeno una caipirinha. Por supuesto, también había algo de trabajo por hacer: un recorrido por los terrenos, incluyendo el campo de golf Jack Nicklaus de 18 hoyos.

Los primeros nueve hoyos abrieron en febrero, junto con una casa-club Hoyo 19, que tiene una tienda para profesionales, un bar y un restaurante, el Prime 19. El campo entero, con sus 18 hoyos, abrirá por completo en mayo con sus amplias vistas del mar.

El hotel posee 109 habitaciones, cinco suites y cuatro villas para elegir. Los cuartos miran hacia el lago azul tan perfecto que parece de ensueño.

Más allá del lago hay todo un mundo de cosas por explorar: puentes que se curvan sobre serpenteantes piscinas azules; la casa de la alberca y el restaurante, y las sinuosas figuras de Los Amantes, una escultura de bronce de Manuel Carbonell, el último de los grandes maestros escultores cubanos.

Más allá de la casa de la piscina, un camino de ladrillo se abre paso entre las villas hacia el mar, pasa por las canchas de tenis y la red de volibol de playa y llega hasta el faro, otro delicioso atractivo del resort. Aquí los huéspedes pueden cenar u ordenar bebidas mientras miran las olas desde las tumbonas o desde la otra alberca infinita, o bien bajar a la playa para jugar entre ellas.

No hay deseo que la cocina del hotel no pueda cumplir, con todo un desfile de delicias gourmet en Tamarindo Restaurant y Tagua Grill. Una amplia variedad de opciones conjuntan un menú creativo y variado, como la ensalada de durazno a la parrilla con croquetas de queso de cabra, la sopa de aguacate fría y el filete de robalo a la plancha.

La última noche fue mágica, con un paseo en bote desde el lago y por el tranquilo río hasta el muelle en el faro, donde disfrutamos una barbacoa nocturna bajo las estrellas, festín que compartimos en la terraza con vista al rompiente de las olas.

Después de la cena caminamos a lo largo de la playa y, para nuestra sorpresa, vimos las lucecitas centelleantes de misteriosas criaturas fosforescentes que habitan las aguas bajo el oleaje. El final perfecto para un día mágico en el trópico. 

National Geographic

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