Así como otras islas griegas, Hydra rebosa en gatitos domésticos. Como los reyes de las calles, se acuestan sobre las aceras pavimentadas con piedra caliza, que datan de hace al menos 3,200 años. Algunos bajan hasta la playa, para llenarse los ojos con el sol del atardecer, que tiñe la bahía pequeñita de tonalidades áureas.
Las fachadas de las casas no son diferentes a las de otras islas griegas. Por el contrario, conservan esa misma estética del blanco prístino, que combina suavemente con los tejados bermellón de arcilla. Sin embargo, Hydra se destaca de las demás por un proyecto ecológico consolidado: se despidieron para siempre de los coches, para proteger su patrimonio y herencia milenarias.
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Hydra palpita en el centro del golfo Argo-Sarónico, a unos kilómetros al sur de Atenas. Las guías de turistas europeas la describen como»una de las islas griegas más pintorescas», por la manera en la que las casitas parecen acurrucarse al ceno de las montañas. La ciudad se compone del puerto principal, que describe una media luna delineando la bahía.
Ahí mismo se encuentra el corredor comercial, salpicados de restaurantes y cafés especializados en comida mediterránea. Entre las tienditas de recuerdos, galerías de arte y mercados artesanales, las familias locales se ganan la vida principalmente del turismo extranjero.
Aún así, pocas líneas de cruceros visitan este rinconcito griego. Por ello, también, ha sido el refugio de celebridades como el poeta Leonard Cohen, la afamada cantante de ópera Maria Callas y el magnate Aristóteles Onassis.
En Hydra conviven mansiones de piedra con callejones estrechos, a través de los cuales se escabullen burros de carga y comerciantes. Todas las iglesias desperdigadas por la isla son cristianas ortodoxas, por lo que siguen el más puro estilo bizantino de arquitectura. Las cúpulas están tapizadas con diminutos mosaicos envueltos en pan de oro, emulando la luminiscencia del Reino de Dios.
Desde las alturas, Cristo se asoma.
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Así como los gatos domésticos, las personas en Hydra están acostumbradas a desplazarse a pie. A pesar de que su fundación data de hace más de 3 mil años, no existe mitología relacionada a la isla: los dioses de la Antigüedad no consideraron importante establecerse ahí, ni los héroes clásicos. Nada de eso importa cuando los visitantes se sientan frente al muelle a tomar vino y dulces griegos.
Y lo que es más: las calles de Hydra no están contaminadas por el tráfico vehicular ni el humo de los escapes de los coches. Por el contrario, la ciudad se organizó para no admitir coches ni ningún tipo de transporte con ruedas. Prefieren llevar un estilo de vida lento, que no dañe el patrimonio que han construido durante milenios.
Así describe la experiencia Len Williams, periodista de la BBC, acostumbrado a las calles congestionadas de Londres:
«En Hydra, […] podía deambular a mi propio ritmo, contemplando las buganvillas rosas que caían en cascada por las paredes encaladas, los cítricos y los granados en los jardines y las bonitas plazas enmarcadas por edificios con techos de tejas rojas».
Aunque fue un decreto presidencial, los lugareños se quejan de que las emergencias tardan en atenderse. En Hydra, no hay ambulancias motorizadas que lleguen a las casas, ni camiones de bomberos que apaguen incendios. En casos extremos, se tienen que llamar a helicópteros de la capital para resolver las emergencias —y no siempre llegan.
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