Tierra cervantina cuatro siglos después.
El sol de abril cae con generosidad sobre la plaza principal del pueblo español de Argamasilla de Alba, donde un grupo de jubilados pasa la tarde ajeno a los turistas que fotografían las esculturas de don Quijote y su fiel escudero, Sancho Panza.
"Nos sentimos muy orgullosos de ser ‘quijotescos’", asegura uno de los ancianos al ser preguntado sobre la obra cumbre de Miguel de Cervantes, mientras el resto asiente entre risas.
En esta localidad, ubicada en el corazón de La Mancha, sitúan algunos cervantistas la cuna de don Quijote, que su creador acuñó con una frase que durante cuatro siglos ha alimentado la leyenda: "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…".
"Que no se les ocurra quitarnos ese honor", advierten los vecinos ante el duelo que el pueblo mantiene con la vecina Villanueva de los Infantes, que también se lo atribuye.
No hay evidencias científicas, pero sí una tradición que "surge cuando no había intereses turísticos ni económicos", explica Pedro Padilla, responsable de la Casa de Medrano, una antigua vivienda de nobles situada en Argamasilla que conserva la cueva donde se cree que estuvo preso Cervantes por problemas de deudas.
En la cavidad, fresca y oscura, podría haberse gestado el "Quijote", considerado como la primera novela moderna de la historia, que cuenta las aventuras de Alonso Quijano, un hidalgo venido a menos que pierde el juicio influido por su afición a las historias de caballerías.
"Se cree que con motivo de su encarcelamiento aquí, Cervantes pudo haber conocido a Rodrigo Pacheco, un hidalgo al que se le iba la cabeza. En él pudo inspirarse para crear a don Quijote", señala Padilla ante un lienzo colgado de uno de los muros de la iglesia de la localidad, en el que aparece el ilustre personaje.
Cuatro siglos después de la muerte de Cervantes (1547-1616), su huella sigue viva en La Mancha, el vasto territorio en el que situó a su personaje más célebre, "el caballero de la triste figura". Se cree que el escritor conocía bien la zona, debido a los viajes que hacía entre Madrid y Andalucía como recaudador de impuestos.
En sus pueblos de fachadas blancas se respira hoy un aire cervantino. Los nombres de los personajes del célebre autor, y el suyo propio, pueblan calles, plazas y hasta restaurantes, donde el menú recoge algunos de los suculentos platos citados en el "Quijote".
Por las extensas llanuras manchegas, salpicadas de cerros dominados por molinos de viento, el ingenioso hidalgo fue armado caballero, desafió a gigantes imaginarios y persiguió el amor imposible.
En uno de esos "gigantes" con aspas, situado en el pueblo de Consuegra, se encuentra uno de los últimos molineros de La Mancha. Juan Bautista Sánchez, de 36 años, muestra cada día a turistas y curiosos cómo se realizaba la molienda de cereal en el siglo XVI.
"No es raro que Cervantes recurriera a los molinos. En aquella época, eran verdaderos gigantes. El ruido se escuchaba a kilómetros", dice mientras pone en marcha el vetusto mecanismo de madera, que gruñe mientras el viento mueve las aspas y hace temblar toda la estructura.
En La Mancha llegó a haber medio millar de molinos de viento, que revolucionaron la economía de esta "tierra inhóspita". Hoy, apenas queda una decena con maquinaria original, principalmente en Consuegra y en Campo de Criptana, donde se sitúa la famosa batalla de don Quijote contra los "gigantes".
A unos kilómetros de allí se encuentra El Toboso, patria de Dulcinea, el amor platónico del legendario caballero. Se cree que Cervantes se inspiró en una doncella de esa localidad, Ana Martínez Zarco de Morales, de quien supuestamente se enamoró.
"No hay constancia cierta, pero sí referencias a que Cervantes estuvo aquí y paseó por estas calles, ya que en ‘El Quijote’ hace una detallada descripción del pueblo", dice su alcaldesa, Pilar Arinero.
Es allí, a su llegada al Toboso, donde el hidalgo expresa a Sancho Panza la famosa frase "Con la iglesia hemos dado", al toparse con el templo religioso que hoy sigue coronando el pequeño pueblo. Frente a él, una estatua muestra al caballero arrodillado ante Dulcinea.
"A Cervantes se lo debemos todo. Somos lo que somos gracias a que él nos inmortalizó y Dulcinea es nuestra embajadora", asegura la alcaldesa de esta localidad, que cuenta con un museo cervantino en el que se recogen cientos de ejemplares de "El Quijote" firmados por mandatarios como Ronald Reagan y premios Nobel como Nelson Mandela.
En la villa, sumida en el mismo "sosegado silencio" que Cervantes describe en su obra, se puede visitar también un museo de humor gráfico que gira en torno al "Quijote", con viñetas de conocidos dibujantes como Forges, Peridis o Mena, así como el museo casa de Dulcinea, que recrea una vivienda de hidalgos ricos de la época.
En total, la ruta del "Quijote" suma 2,500 kilómetros y cuenta con diez itinerarios, que incluyen puntos clave en la obra, como la cueva de Montesinos, a cuyo fondo descendió don Quijote, o Puerto Lápice, pueblo al que se atribuye la posada donde fue armado caballero.
Pero también de la vida de Cervantes, como el pueblo de Esquivias, donde se casó con Catalina de Salazar, o Alcázar de San Juan, que conserva una partida de bautismo del escritor alternativa a la oficial que atesora su ciudad natal, Alcalá de Henares (Madrid).
Los caminos que recorrió el ingenioso hidalgo continúan por Aragón y Cataluña. Pero la imagen de los molinos manchegos al atardecer, con sus aspas recortadas sobre los colores anaranjados del cielo, forma parte irremediablemente del imaginario colectivo en torno a una de las obras más importantes de la literatura universal.
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