Un territorio con celosos guardianes.
Extracto de la edición enero-febrero de la revista National Geographic Traveler. (Fotografías de Alfredo Martínez)
No es posible llegar en tu propio vehículo hasta Bonampak. Es necesario dejar el auto cuatro kilómetros después de la desviación a San Javier, en un pequeño poblado lleno de lacandones. Ellos, con el pelo corto y vestidos con jeans y playera (no con túnica), tienen una flotilla de camionetas en perfectas condiciones dispuestas para conducir a los viajeros a través de nueve kilómetros sobre un camino de terracería hasta la zona arqueológica.
Este es tan sólo parte del protocolo que los lacandones han ideado, con ayuda del Centro de Interpretación Ambiental y Servicios del Monumento Natural de Bonampak (a cargo desde 2000), para preservar las zonas arqueológicas que se encuentran bajo custodia. Están perfectamente organizados para tal efecto y lo hacen con un alto grado de profesionalismo.
Ya en la zona arqueológica hay varios lacandones (vestidos de civiles) vigilando que no se deteriores las espectaculares pinturas murales que se encuentran en las tres bóvedas superiores del Edificio 2. Al centro de la plaza se alza, monumental, la Estela 1 (labrada sobre una piedra blanca de cinco metros de alto por dos de ancho), que representa al señor Chaan Muan II. Hay dos edificios frente a la plaza, comunicados por una enorme escalinata central, y dos estelas más en las que se ve al gobernante mencionado con su esposa y su madre, y con un prisionero.
Lo más espectacular de Bonampak (sitio descubierto en 1946) son -sin duda- esos murales que han preservado para nosotros, en vivos colores- historias de la vida cotidiana y momentos especiales que ocurrieron hace 1,200 años.
Los lacandones lo saben; son parte de su patrimonio, y no podría haber guardianes más celosos que ellos.
Encuentra la historia completa en la revista National Geographic Traveler.