Lausana, tradicional y vibrante, es una seria contendiente del primer lugar en el ranking de las ciudades más bellas de Suiza.
Puede parecer intimidante la idea de cambiar una ciudad de 20 millones de habitantes por una de 140 mil; cuando me mudé de la Ciudad de México a Lausana parecía inminente mi total y completa aburrición.
Lo primero que llamó mi atención en la región francesa de Suiza es la habilidad que tiene para sacar provecho a su historia; se autodenomina como la ciudad vieja porque está habitada desde el siglo IV y la mayoría de su arquitectura es medieval, pero la verdad es que te encuentras en un medioevo con edificios inteligentes y un sistema de metro automático que funciona sin conductor. Es una sensación agradable vivir en un escenario antiguo con todos los privilegios modernos. Otra sensación, aún más agradable, es saltar al lago un día de calor. Sin duda, uno de los lugares que más me gusta visitar en verano es el Lago Leman, que por su gran tamaño es prácticamente visible desde todas partes, hay ocasiones en que se confunde con el horizonte y parece mar.
El bosque de Sauvabelin, a 10 minutos a pie desde el centro, es otro de mis sitios au naturel favoritos. Subir no es tan sencillo, la entrada es una colinita que requiere de esfuerzo, pero desde ahí se puede ver el atardecer sobre la ciudad entera.
Al ser una ciudad de estudiantes, las ofertas de entretenimiento no faltan. El centro fue renovado hace algunos años para formar una zona de restaurantes y bares de todo tipo, y para llegar ahí hay que bajar unas ? aparentemente ? interminables escaleras de madera que han servido a la población desde hace cientos de años, el hecho de andar en ellas ya es, en sí, un paseo pintoresco.
Para el apero (así le llaman al hecho de tomar unas copas antes de empezar la fiesta o salir a cenar) está el original bar Les Arches en la plaza L?Europe, en donde puedes sentarte bajo los arcos del Grand Pont iluminados de colores a tomar un coctel; pero para cenar me gusta Il Ghiotto, un pequeño local italiano junto a la catedral cuya sueña, Stella, siempre te recibe con una sonrisa, y si le caes bien, te despide con un limoncello para no perder calor.
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