Es solo uno de los grandes beneficios de vivir en una ciudad pequeña
Un innegable remanso de civilización son las ciudades pequeñas en las que todo concurre: desde un río y sus puentes, sus plazas y calles estrechas, hasta áreas verdes circundantes y la más sofisticada tecnología doméstica, además de la posibilidad de obtener cualquier cosa que se desee a través del correo. No es necesario salir de ahí, ni treparse a un coche para asistir al teatro o a cenar o incluso a trabajar, ya que todo se puede hacer andando o en bicicleta. Es muy distinta la calidad de vida en esas ciudades que en las grandes metrópolis, como México, Londres, Barcelona o Nueva York, donde se tiene acceso a otros grandes beneficios que propicia la aglomeración multicultural, pero no por supuesto a la vida tranquila. Yo prefiero ciudades chicas y en general las europeas mantienen siempre contacto con la dimensión humana. En Arles, Francia, por ejemplo, hay mingitorios en la calle. Creo que no me había dado cuenta de su existencia, pero cuando vi a Daniel Giménez Cacho separarse del grupo de mexicanos con el que caminábamos bordeando el teatro romano durante Les Rencontres d’Arles, y hacer uso de uno, pensé lo distinta que hubiera resultado esta escena en México, donde tener ganas de hacer pipí es un delito.
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