El escape ideal para quienes asisirán al Mundial.
Noronha no es una utopía, es perfecta, pero existe. Hace falta una dosis de osadía para aterrizar a más de 500 kilómetros mar adentro y , sobre todo, dejar atrás la banda ancha y las antenas de wifi. Llegar a Fernando de Noronha es viajar al planeta como debía ser hace millones de años: naturaleza pura. Desde el aire se le ve, una forma alargada de 17 kilómetros por 7 en su parte más ancha.
El filósofo inglés Tomás Moro inventó la palabra utopía después de conocer las crónicas de Américo Vespucio donde describía la belleza incomparable de una isla camino a América descubierta en 1503. Participante de la segunda expedición a la costa brasileña financiada por el noble portugués Fernao de Noronha, escribió: «El paraíso está aquí. Hay infinitas aguas e interminables árboles; los pájaros vienen y comen dócilmente de la mano». No se equivocó.
Este archipiélago de 21 islas de origen volcánico pertenece al estado brasileño de Pernambuco, en el nordeste de Brasil. Los vuelos internacionales llegan a Recife, la capital y sede del mundial de futbol, donde habrá que pasar al menos una noche, ya que hay sólo dos vuelos diarios a la isla, ambos al mediodía.
Noronha se conserva virgen, se rige por estrictas regulaciones ecológicas. Varias de sus playas sólo pueden recorrerse acompañado por un guardaparque, otras tienen un acceso restringido.
La isla no es fácil de recorrer, cerros y acantilados se combinan con caminos precarios. La bicicleta es inviable y no hay transporte público. Las opciones son alguilar un buggy y aventurarse o contratar excursiones con una agencia que cuenta con vehículos especiales y guías.
La población no llega a los cuatro mil habitantes, y curiosamente hace varios años que no nacen noronhenses. El estado definió que resultaba más económico pagar el viaje y la estadía en Recife a las embarazadas a partir del séptimo mes, que mantener la maternidad en el único hospital público.
En la isla no existen las urgencias. No sólo los noronhenses llegan de afuera, también el combustible, las medicinas, la comida, la ropa y hasta el agua potable que escasea de septiembre a marzo.
Las ocho playas del lado que mira a Brasil son de libre acceso y de arena blanca y fina. Quedan cerca de la única calle asfaltada, en el corazón de la isla donde esán la mayoría de las posadas.
Apenas 20 minutos de caminata desde el centro nos llevan a Conceicao, una amplía bahía que se inicia en el Morro do Pico, un cerro rocoso, angosto y de 323 metros de alto que parece un cohete a punto de despegar, y se cierra en el otro extremo con grandes rocas planas que entran en el mar. El Morro do Pico se ve desde cualquier punto de la isla y transmite algo sobre natural.
Entre noviembre y febrero, olas de hasta cuatro metros atraen surfistas de todo el mundo. Es la única playa con bar y sombrillas, por eso la más concurrida, sobre todo al atardecer cuando el sol se pone detrás del morro. Del otro lado de las rocas planas está la playa do Meio, con olas más amables, y del otro lado del Morro do Pico, las playas do boldró y do Americano, bastante amplias.
Encuentra la historia completa en el número de mayo de la Revista National Geographic Traveler.
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