Uno de los locales más famosos y frecuentados de la historia del primer ayuntamiento de América Continental.
El presidente que no va a la Parroquia, no gana», alardea un dicho del café más antiguo del país, ubicado en el cálido puerto de Veracruz. Originalmente el Café de la Parroquia abrió sus puertas en 1808 como «pulpería», como se les llamaba a las tiendas de abarrotes de la época, en donde se fabricaba y se vendía té, vino y, además, café. «Empezar a comercializar café no era algo común en la época. Fue todo un acontecimiento en el puerto», comenta el dueño actual de la Parroquia, el capitán Ángel Fernández. Su padre, Fernando Fernández Lavid, llegó de España en 1936 para trabajar en el negocio que en ese momento era de su tío, y que ahora ha pasado a manos de su hijo. «Este lugar tiene miles de historias que contar. Fue el primer establecimiento con luz de gas en el puerto de Veracruz, y en sus 200 años el café ha presenciado las invasiones francesas, españolas y norteamericanas del puerto.
El presidente Echeverría preparó su campaña electoral tomando café aquí, y el cantautor Agustín Lara nos enviaba cheques en blanco con notas que simplemente decían ?favor de enviarme café?». Personalidades como el príncipe Carlos de Inglaterra y el comediante Cantinflas también probaron el famoso café lechero, y el escritor Carlos Fuentes aún lo frecuenta. Cada día unos cuatro mil clientes visitan el café, y no hay veracruzano que no recomiende ir para probar sus recetas tradicionales a los visitantes. Pero los porteños no se toman a la ligera cuando un turista les gana su mesa. Hay familias que desde hace cuatro generaciones llegan cada noche a la hora de la cena o a jugar dominó en las mañanas, y desde entonces han tenido a su mesa y a su mesero bien identificados. «Aquí los meseros son parte de las familias», dice Fernández. La foto de la página 60-61 fue tomada en los años cuarenta. Cuando el establecimiento tuvo que mudarse a tres cuadras de su paradero original en 1994, más de 300 clientes y allegados al café llevaron las cafeteras en una especie de peregrinación al local nuevo, en la calle Gómez Farías. «Nos trajimos todo. Las cafeteras originales, las mesas y las sillas, el reloj y el letrero de la entrada, junto con el corazón y el espíritu del café», comenta el dueño, orgulloso.
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