Perú tiene una cara nueva

Rocío del Perú es una nueva apuesta de lo peruano en la Ciudad de México, se presenta como novedad de lo que ostenta ser una joya de la cocina tradicional sudamericana.

Cuando viajaba a Perú, sabía que se implicarían dos cosas: vería a toda mi familia y comería delicioso», me comenta Galia Katz, propietaria junto con Jonathan Levy del nuevo rincón gastronómico del país andino en nuestra ciudad. Y ese también es el leit motiv de su aventura restaurantera.

Galia es una cara familiar en el medio de la moda, ya sea como modelo o como diseñadora de zapatos, y también una incipiente galerista que ha saltado de las pasarelas a los ámbitos del arte. El año pasado estuvo en colaboración con otro socio galerista para abrir una sucursal más para el arte contemporáneo. Sólo que las sorpresas y los giros inesperados de su vida se toparon con algo muy familiar, le llegó una invitación para darle vida al concepto de un restaurante de vena andina.

La invitación para abrir este espacio para la gastronomía no le es lejano en absoluto. Su madre, Rocío, es una cocinera dotada y peruana para mayores señas. Así que la invitación llevó a recordar los sabores y aromas de la familia por la parte materna y compartir las recetas que doña Rocío ha madurado en familia en un espacio inédito; de ahí el nombre.

En la calle de Torcuato Tasso se forma un corredor de restaurantes en los que se inscriben L?Oliver y Los Arcos para hablar de extremos gastronómicos, justo en ese cúmulo de «acentos culinarios se inserta Rocío del Perú. Un sitio pequeño, sin pretensiones y de aire más informal.

«La experiencia de La Mar, de Gastón Acurio nos ha facilitado las cosas; es más fácil compartir con la gente la riqueza gastronómica del Perú. Es algo que nos permite mostrar una experiencia en espectros más variados», afirman Levy y Katz. Y así se muestra su carta. Una experiencia más íntima o, diría, cotidiana de la mesa peruana, y distinta del glamoroso La Mar.

En el menú se antoja todo. En los nombres de los platillos nos encontramos eufonías que desatan la imaginación. Acá podemos probar una causa peruana más apegada a la comida del diario de cualquier hogar limeño. Y las papas a la huancaina no niegan esa salsa de mariscos especiada que le es característica. Cocina cercana al terruño. Algo importante de notar: la salsa con ají y rocotto no se usan de manera indiscriminada, antes bien se dosifican para dar un acento certero y diferenciado de la cocina.

Las únicas concesiones que hacen en la carta del lugar son unas tostadas de mariscos y distintos pescados, algo más familiar para el paladar made in Mexico. En donde no escatiman en hacer la diferencia es en los cebiches (de sierra, de robalo, de callo, de pulpo y de camarones), y de entre lo más tradicional destaca el ají de gallina el arroz verde de pato o el pollo salteado, una combinación de papas, jitomate y cebolla salteadas con pollo en un wok. Probé un chicharrón de pulpo que explora una nueva cara de lo frito.

Algo muy importante al momento de hacer un balance de la experiencia en el restaurante: existe una relación bien equilibrada entre lo que comes y lo que pagas.

Así, podemos reservar un espacio para llegar a este lugar concurrido y aventurarnos con unos choros a la chalaca (mejillones con ají) o un salmón a lo macho (salmón con rocotto). Bienvenida esa nueva cara del Perú.