El 9 de marzo pasado, el día del cierre de la edición de abril de National Geographic Traveler, las mujeres decidimos hacer paro. No solo no fuimos a trabajar sino que
nos quedamos en casa sin hacer nada. Es por esta razón que no hubo carta editorial.
Texto: Claudia Muzzi
Después de un 8 de marzo en el que una avalancha púrpura arrasó las calles fundiéndose con la explosión primaveral de las jacarandas, nos invisibilizamos para detonar una reflexión acerca de cómo sería el mundo sin nosotras como reclamo ante ese machismo atávico que parece incapaz de desaparecer y que en nuestro país se manifiesta de formas muy violentas, con saña en muchas ocasiones.
El mundo entero está encerrado y con miedo. El enemigo es microscópico y virulento, amenaza nuestra forma de vida (un virus que no es siquiera una forma de vida) y con seguridad la cambiará para siempre de maneras que no alcanzamos a imaginar.
Mi bisabuelo murió víctima de la influenza que azotó el mundo en los días de la
Primera Guerra Mundial y mi bisabuela, viuda con dos hijos, decidió no volverse a
casar para poder conservar su pensión de viuda en una España que se encaminaba
hacia una dictadura que se fundamentaría en valores rancios, ultraconservadores y
machistas.
Menciono esto porque me parece importante que no olvidemos que tanto
las pandemias como la lucha de las minorías por hacerse un lugar en la sociedad son
algo que viene de lejos.
La historia es un péndulo, un estira y afloja entre quienes se niegan a renunciar a
ciertos privilegios y quienes buscan un orden nuevo en el que los privilegios se
derramen entre varios más. La crisis desatada por el virus que parece haber
desplazado la embestida feminista no pertenece a un orden distinto de ideas, es una
cara más de un modelo caduco que no sabe por dónde más pedir que por favor lo
jubilemos.
En este momento crucial en el que el péndulo parece desquiciado, más como la
pelota que se atora en la red en Match Point, la película de Woody Allen, me gustaría
invitar a nuestros lectores a que pensemos en las similitudes de ambas situaciones:
hay un enemigo, hay muchas ideas que nos llevan a actuar de forma irracional, hay
privilegios a los que no queremos renunciar, pero hay también un sentimiento
colectivo que busca el bien común, que se atreve a ver a los menos favorecidos y a
reconocer a quienes lo dejan todo para sobrevivir.
Desde esta trinchera ofrecemos crónicas que muestran el mundo como un mosaico en el que hay muchos hombres y muchas mujeres que lo habitan y con sus historias tejen una urdimbre flexible que contiene las amenazas; una red colectiva que nos incluye a todos porque entre todos el miedo es más llevadero.
Debemos tratar de no perder la historia ni la perspectiva, es lo único que nos permitirá no perder el sentido del humor ni la razón para encontrarnos en nuestro presente y poder configurar nuestro futuro desde un lugar que no sea el terror.
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