Aunque parecen pequeñas juntos al resto del país, las Provincias Marítimas de Canadá están llenas de aventuras, naturaleza y muchos sabores.
Por Marissa Espinosa Gutiérrez
Con varias visitas a Canadá pensaba en qué otros lugares prístinos podría explorar. Y entre miles de kilómetros cuadrados era obvio que aún había secretos a montón por develar, lo cual me empujó a observar con detenimiento en el mapa esa parte anclada en el Atlántico conocida como las provincias marítimas. Aunque son cuatro, Labrador y Terranova, Nuevo Brunswick, Nueva Escocia y la Isla del Príncipe Eduardo, me centraré en las últimas tres por su tamaño, distancias e infraestructura –sin mencionar el pollo Fricot o la comida de mar fresca–, ya que hacen que un viaje en carretera comience a tomar forma. Podría funcionar así: durante el verano aterrizar en Fredericton, en Nuevo Brunswick, y manejar durante siete días hasta Halifax, Nueva Escocia, para regresar a México.
TRES DÍAS EN NUEVO BRUNSWICK
La mejor manera de iniciar el viaje es con un desayuno, y el mercado de granjeros Fredericton Boyce promete una muestra de platillos asiáticos como samosas o bollos fritos, incluso platillos nativos como pollo Fricot o Fiddleheads; además hay souvenirs únicos como bisutería, esculturas de madera y un sin fin de manualidades hechas artesanalmente. Así puedo iniciar un recorrido exprés por la ciudad para ver la catedral, el lago Killarney para remojar los pies y después, partir hacia Moncton. El tiempo es corto y esta ciudad es la base perfecta para explorar los siguientes puntos de la provincia gracias a su cercanía, menos de una hora y media. Un plus es que es la excusa perfecta para terminar el día en Magnetic Hill Winery y descansar a pierna suelta. Así podría ocupar el día siguiente para asolearme en las aguas más cálidas del país en el Parque Nacional Kouchibouguac y hacer hambre para comer una pizza y mariscos frescos en Saint Louis de Kent, de regreso a Moncton.
El último día en la provincia debe ser inolvidable y el macareo o tidal bore, junto con el kayak y avistamiento de fauna, prometen ser una de las cosas más bellas en la bahía de Fundy; durante el camino puedo parar en las Hopewell Rocks, el lugar con la marea más alta del mundo, y encontrar la recomendación local para comer el manjar del lugar: una langosta.
DEVORAR LA ISLA DE LOS FOODIES EN DOS DÍAS
Antes de 1997 se pensaba imposible manejar hasta Charlottetown, capital de la Isla del Príncipe Eduardo, pero el puente de la Confederación demostró lo contrario. Puedo levantarme temprano y en solo dos horas llegar antes de medio día para comprobar por qué es el destino para los foodies de corazón en Fishies on the Roof o el mercado local, y disfrutar del festival de Charlottetown, una celebración a Canadá que dura de junio a septiembre. En el camino estará la catedral de St. Dunstan’s y seguro visitaré un rato Peakes Wharf Historic Waterfront, el muelle donde podré comprar uno de los famosos helados de Cows Ice Cream.
Los kilos extra podría bajarlos en una excursión de un día a la playa de arena roja Cavendish, en el Parque Nacional Príncipe Eduardo, y aprovechar para conocer el lugar que inspiró Ana de las Tejas Verdes; en ese trayecto de dos horas, ida y vuelta, seguro hay más lugares para explorar antes de regresar a dormir.
DOS DÍAS PARA DESPEDIRSE AL ESTILO NUEVA ESCOCIA
Los faros salpican muchas de las costas de estas provincias atlánticas y Nueva Escocia no es la excepción. Prueba de ello son los 150 que tiene. Lo bueno es que Halifax cuenta con dos de los más emblemáticos –el faro Sambro, el más viejo en funcionamiento de América, y Peggy’s Cove Lightstation, el más famoso–, y sería un viaje de unas cuatro horas desde Charlottetown por el puente y seguir la carretera NS.102 S recto. Además, habría tiempo de visitar el Canadian Museum of Immigration en el muelle, los Halifax Public Gardens, la ciudadela y probar las cervezas de The Lower Deck Pub mientras suena música local en vivo.
Despedirse nunca es sencillo, por lo que el último día de viaje debe ser impresionante. Nada mejor que iniciar el día temprano y parar en Mahone Bay, un antiguo pueblo de pescadores que tiene iglesias junto al agua –los pescadores solían bajar directo de los botes a la misa– o Lunenburg, un poblado con aire inglés. El destino final: el Parque Nacional Kejimkujik para realizar kayak en el río. Entre escenarios increíbles, una mezcla de culturas gastronómicas deliciosa y bebidas de alto nivel, solo me queda la duda sobre qué otros rincones faltan por vivir en Canadá.
Saborea más de las sorpresas que te esperan en las Provincias Marítimas aquí.