Entre las colinas de África y Arabia, durante los meses más calurosos del año, sopla el simún: un viento venenoso que tiñe de rojo el paisaje, y se adentra hasta los confines más escondidos del Desierto del Sahara. Este fenómeno natural abrasa la superficie con temperaturas que superan los 50ºC, soplando sobre el desierto durante julio y agosto.
Estas tormentas de arena y polvo obligan a los pobladores de la región a no salir de sus casas. No sólo deterioran considerablemente la calidad del aire, sino que vuelven el ambiente extremadamente seco: no supera el 10 % de humedad. A su paso, cobra varias vidas al año, ya que puede causar asfixia y golpes de calor letales.
Miembros de la Organización Meteorológica Mundial han hecho esfuerzos por alertar a los territorios afectados sobre las consecuencias graves que este fenómeno puede tener en la salud y en la economía, ya que paraliza a países enteros durante largos periodos de tiempo.
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El peligro que representan estas tormentas de arena en las regiones áridas y semiáridas es real. Generalmente, los gradientes de presión ocasionados por los ciclones fomentan que la velocidad de estos vientos nocivos aumente a niveles alarmantes, que pueden terminar con la vida de las personas y la fauna local.
De manera general, el origen de las partículas que carga el simún está en la erosión eólica. Principalmente, vienen de polvos minerales del Norte de África, la península arábiga, Asia central y algunas partes desérticas de China. Además de representar un peligro a su paso, las partículas dañinas se quedan en el ambiente hasta diez días después de terminada la tormenta.
A pesar de que varios países se ven gravemente afectados, el Cinturón de la Meningitis es la región de más alto riesgo en el mundo. En ésta, países con pocos recursos tienen que recluirse año con año para evitar las consecuencias del simún. Entre ellos, están Benin, Burkina Faso, Chad, Côte d’Ivoire, Gambia, Ghana, Malí, Nigeria y Sudán.
Generalmente, el simún sigue patrones rotatorios similares a los de un ciclón: se desplazan con rapidez circulando en sentido contrario a las agujas del reloj. Los pobladores de estos países comúnmente se refieren al simún como «lluvias de fango o de sangre«, por la coloración rojiza que alcanzan en su esplendor fatal.
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