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A Regensburg por una cerveza

Enmarcada por el Danubio, la ciudad universitaria alberga al centro histórico medieval mejor preservado de Alemania.

Llegué a Regensburg con mi amiga Sandra después de un viaje de menos de dos horas en tren desde Múnich. Saliendo de la estación nos dirigimos rumbo al centro histórico, en cuyo panorama poco a poco se revelaba la imponente Catedral de San Pedro, con el Danubio al fondo. Pero llegar hasta ahí iba a tener que esperar. En la calle principal que va de la estación de trenes al centro, Martin Luther Strasse, hay varias tiendas de artesanías de madera y de vidrio que nos hacen parar a curiosear, y a pesar de que como viajero es poco práctico comprar las flores y frutas que venden en el camino, la combinación de colores y aromas es irresistible a la vista y al antojo. ¿Y un kilo de cerezas por dos euros? Bueno, eso sí se puede ir comiendo de aquí a la Catedral.

Una importante cantidad de las construcciones romanas y góticas del centro histórico de Regensburg (o Ratisbona, como es su nombre oficial en español) datan del siglo XII, época en que floreció el comercio con otras ciudades alemanas y extranjeras. El Puente de Piedra comenzó a construirse en 1135, y durante siglos fue el único puente que cruzaba el Danubio. Regensburg es una de las pocas ciudades alemanas que prácticamente no fue dañada durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que su centro histórico medieval es el mejor preservado de Alemania. De hecho, la inscripción en la Puerta del Este (Osttor) es aún el documento original de la fundación de la ciudad bávara.

Hoy es sábado y además comienza el verano europeo, por lo que un cielo azul intenso sin una sola nube enmarca la vista perfecta hacia el puente, el Danubio y la Catedral. Todos los pequeños cafés de las calles estrechas y adoquinadas del centro ponen sus mesitas al aire libre, invitando a tomar una cerveza local (Regensburg alberga a cinco fábricas cerveceras, así que hay que probar al menos una) o un helado.

Después de admirar los vitrales del interior de la Catedral y las opulentas esculturas de la fachada, nos sentamos en uno de los cafés para disfrutar del día soleado. «No sé cómo nunca había venido aquí», me dice Sandra, que lleva diez años viviendo en Múnich. Y es que esta ciudad universitaria todavía no es un destino extremadamente turístico, aunque con el nombramiento de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2007, eso ya está cambiando. Aún se puede disfrutar de la verdadera Bavaria en Regensburg. La gente se detiene a escuchar a un hombre en Lederhosen que toca su acordeón frente a la Catedral, y a acariciar al perro que lo acompaña, sin prisa.

Como buenas viajeras, abrimos el mapa de la ciudad en nuestra mesita del café y planeamos el resto del día, pues regresaríamos antes del anochecer a Múnich. Pronto nos dimos cuenta de que más bien necesitaríamos dos días para poder ver todos los atractivos de la ciudad, pero intentaríamos abarcar lo más representativo: uno de los primeros en nuestra lista es el museo de Thurn und Taxis, dentro del palacio St. Emmeram, un antiguo claustro benedictino del siglo XV más importantes de Europa. El palacio ofrece recorridos guiados para conocer sus diferentes salas y aprender sobre la vida aristocrática del medioevo.

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También iríamos a conocer la iglesia gótica St. Ulrich, que alberga frescos y esculturas cristianas de mil años de antigu?edad (Domplatz 4). La Porta Praetoria, al norte de la Catedral, fue la entrada principal de la ciudad desde tiempos romanos hace dos mil años (una de las construcciones más antiguas de la ciudad), y fue mandada a construir por el mismo Marco Aurelio. Junto a la Porta Nigra de Trier, es la única puerta de entrada romana que ha sobrevivido al norte de los Alpes. Si da tiempo, también iremos al pequeño Bruckturm Museum, que tiene una exhibición sobre la historia del Puente de Piedra. Pero pararemos ahí con la lista de monumentos e iglesias. Queremos, sobre todo, pasear entre las calles estrechas medievales, que con sus antiguas casas y pequeñas tiendas parecen suspendidas en el tiempo, y claro, atravesar el Danubio por el Puente de Piedra como lo hacían los mercaderes hace dos mil años (donde las fotos son obligadas y la vista es espectacular), conocer el mercado local en el Domplatz, la plaza medieval, y disfrutar del ambiente del Regensburg callejero.

Después de tan extenso recorrido, el cuerpo necesita algo sustancioso para cargar energías. Así que fuimos a uno de los restaurantes con más tradición de la ciudad, que ya le habían recomendado a mi amiga por su buena comida típica europea, el Dicker Mann, que significa el hombre gordo (y por las cantidades que aquí sirven, le va bien el nombre). El ambiente es acogedor y el servicio es rápido, por lo que además es recomendable si quieres comer bien en poco tiempo, para seguir conociendo la ciudad. Si hay buen tiempo, como nos tocó a nosotras, lo ideal es tomar una de las mesas de su jardín cervecero trasero (Krebsgasse 6, abre diario de 9 am a 5 pm).

Finalmente, con los pies cansados y las cámaras llenas de fotografías, regresamos a la estación de trenes al anochecer. Nos quedamos con ganas de ver más, como el interior de la Capilla Antigua, de rococó bávaro del año 1014, además de parques bien conservados y una vida nocturna prometedora principalmente conquistada por los universitarios locales (Regensburg, de menos de 150 mil habitantes, alberga a tres universidades, a las que llegan estudiantes de todos los continentes). Su fama de buenos bares y discotecas atrae cada vez más a jóvenes de ciudades cercanas más grandes, como Múnich. Además, también me quedé con muchas ganas de tomar uno de los recorridos en bote por el Danubio, que salen del puerto del Puente de Piedra y tienen una duración de una hora. Pero no pasa nada, más pretextos para regresar. Mientras Sandra siga viviendo en Múnich, volveremos algún día a conocer el resto de Regensburg.

LOGÍSTICA

CÓMO LLEGAR
Desde el aeropuerto internacional de Múnich, el tren expreso ICE llega a Regensburg en una hora. Desde la estación principal de trenes de Múnich, Hauptbahnhof, el viaje es de poco menos de dos horas. También hay conexiones de tren desde ciudades como Berlín, Bruselas, Zúrich, Ámsterdam y Praga.

CÓMO MOVERTE
El centro de la ciudad y sus alrededores son peatonales. El autobús Altstadtbus ofrece recorridos turísticos desde la estación de trenes. Hay paseos en bote de 50 minutos por el Danubio de la operadora Klinger (Thundorferstrasse 5).

QUÉ COMPRAR
Artesanía de vidrio Y madera, y la típica mostaza dulce de la región. Más información turística (también en español) en www.regensburg.de.

National Geographic

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