Macchu Picchu, ciudad inca construida hacia 1450, sigue siendo la fantasía de los viajeros.
Hiram Bingham lo sabía: él no era el primero en contemplar Machu Picchu; ya nueve años antes de aquel 24 de julio de 1911, el agricultor cuzqueño, Agustín Lizárraga, había caminado estas ruinas, al igual que, 80 años atrás lo hiciera el explorador alemán Augusto Bern.
Pero aún así, el impacto al contemplar este santuario a 2438 metros sobre el nivel del mar, cambió la vida de este arqueólogo de la Universidad de Yale y del resto del mundo: ese día Bingham, a sus 35 años, empezaría su tarea de difundir esta ciudad fantasmal que había estado oculta, devorada por la naturaleza, por cerca de 400 años.
Consciente de que la importancia de su expedición no radicaba en el descubrimiento, sino en el estudio, en el desentrañar el significado. Situar su historia y compartirla con el mundo era lo decisivo, un año después regresó a Cuzco y al cañón de Urubamba con una nueva expedición patrocinada por la Universidad de Yale y la National Geographic Society.
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