Salvador de Bahía es un destino encantador. Ese que fuera el mayor puerto de esclavos del continente, hoy es una ciudad única donde predomina la raza negra.
Eu vim da Bahia, mas eu volto pra lá, canta el famoso músico Gilberto Gil acerca de su ciudad natal. Como si Bahía tuviera la fuerza de un imán, quien por allí pasa solamente piensa en regresar. En el mundo existen muchas playas maravillosas, sitios cargados de historia, pueblos con una identidad y cultura apasionantes, pero pocos lo combinan todo al mismo tiempo. Será por eso que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad, en 1985, a su centro histórico, el barrio del Pelourinho, donde se cifra el carozo de su encantamiento. Hasta el más agnóstico de los viajeros será tocado por la varita mística de São Salvador da Bahia de Todos os Santos, que fuera capital de Brasil desde 1549 hasta 1763. Esta es la ciudad más negra de todo el país, y durante la época colonial fue también el mayor puerto de esclavos de toda América, desde 1558. Aquí la cultura negra ha ganado, al menos por una vez. En Bahía negros y mulatos constituyen la gran mayoría.
Actualmente los descendientes de aquellos sufridos esclavos juegan futbol da praia con la misma elegancia con la que bailan, tocan sus panderos y practican capoeira al son del berimbau. En Bahía dicen que «si un bahiano no está de fiesta, está ensayando». Al principio puede que el viajero se sienta como colado en fiesta ajena, pero poco a poco esa alegría contagiosa le hará agitar involuntariamente un pie, luego le impondrá una sonrisa y cuando se dé cuenta estará bailando felizmente como uno más.
Pelourinho es el nombre que recuerda el poste donde azotaban a los esclavos y del que no quedó ni uno solo porque todos fueron destruidos. El barrio que lleva su nombre reúne el conjunto de arquitectura colonial más importante de los siglos XVII y XVIII de América: la iglesia Nossa Senhora do Rosario dos Pretos, construida por los esclavos y a la que aún hoy únicamente pueden ingresar negros para venerar santos negros. Otro gran ejemplo arquitectónico es la iglesia de San Francisco, que con su altar de oro puro es parte de la lista de las 365 iglesias que los portugueses mandaron levantar para controlar tanto rito africano imparable.
En el barrio Pelourinho también está la fundación Casa de Jorge Amado (quizá el escritor local más famoso y autor entre otras obras de Tieta de Agreste y Doña Flor y sus dos maridos) y el Museo de la Ciudad, en este último cada domingo de verano toca la multitudinaria banda de tambores Olodum. Dos encantadores hoteles boutique para hospedarse en pleno barrio histórico son la Pousada das Flores (www.pflores.com.br) y Pousada do Boqueirão (www.pousadaboqueirao.com.br).
Y si el Pelourinho es la Ciudad Alta, hay una Ciudad Baja con la que se comunican a través del Elevador Lacerda de 72 metros, construido en 1872 y reformado varias veces. Subir o bajar por él es imperdible. Al pie, en la Ciudad Baja está el Mercado Modelo, 300 tiendas que ofrecen trabajos en cuero, cestería, tejido, madera, los famosos encajes, piedras semipreciosas y plata, además de los dulces, compotas y bebidas caseras, miniberimbaus y las cintas do Nosso Senhor do Bonfim para atarse a la muñeca y dejarlas hasta que se rompan solas.
Desde el Mercado Modelo parten los autobuses rumbo al Farol da Barra, punto de inicio de la Orla Marítima ?la costanera? que enhebrará playitas hasta llegar a otro farol, el de Itapoan. Cerca del Farol da Barra está el Museo Náutico levantado donde estuviera el primer puerto levantado por portugueses. Hacia el Norte van apareciendo Ondina, Rio Vermelho, Amaralina, Pituba, Jardim dos Namorados, Jardim de Alá, Armação, Praia dos Artistas, y las más lindas, Piatá e Itapoan, donde se encuentra el sofisticado hotel de cinco estrellas de Sofitel.
Rio Vermelho es la playa de Iemanjá, señora de los mares, madre y esposa de los pescadores que tiene su día el 2 de febrero. En esa fecha miles de personas llegan a una pequeña iglesia con ofrendas de flores, anillos, jabones y otros regalos. Después del servicio religioso, trasladan las ofrendas una decena de barcos, botes y humildes jangadas (veleros) que parten desde la playa mientras la multitud baila frenéticamente al compás de la percusión. Las ofrendas son transportadas mar adentro donde finalmente son arrojadas a Iemanjá. En ese instante la multitud se congela mirando la respuesta de las olas: si se lleva los regalos mar adentro, será un buen año de pesca y navegación, si las devuelve, será de pesadilla.
Praia dos Artistas lleva el nombre en honor a muchos bahianos ilustres que la elegían en los años sesenta: Caetano Veloso, Gilberto Gil, João Gilberto, Gal Costa y, antes que ellos, Dorival Caymmi.
Cuando el día de playa termina, el rumor de los pasos de Oxalá pueden escucharse en los adoquines disparejos del Pelourinho. Sus seguidores estarán nuevamente en la calle tocando panderos y maracas, como cada noche desde hace cuatro siglos.
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