Vista panorámica de San Miguel de Allende en el ocaso / Getty Images
Las mañanas empiezan con el repicar de las campañas en los templos de San Miguel de Allende. Lento y suave, como las nubes que se arrastran sobre el cielo desértico, los negocios empiezan a abrir sus puertas en el zócalo de la ciudad. A eso de las 9 de la mañana empieza a oler a desayuno, y se empiezan a escuchar las voces de los extranjeros intentando pronunciar los nombres de los platillos típicos —aunque llevan años viviendo ahí, parece que todavía no se acostumbran.
Las guías clásicas de turistas están cuajadas de los sitios más icónicos en el pueblo, catalogado como Patrimonio de la Humanidad en 2008 por la UNESCO como «un verdadero crisol de influencias mutuas entre la cultura española, la criolla y la indígena«, según lo describe la institución. Más allá del tumulto extranjero, aquí te contamos qué hacer si vas un fin de semana a visitar (y en qué horarios puedes evitar las hordas de turistas para caminar en paz).
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Bueno, la respuesta depende de qué se quiera hacer en el pueblito. Lo que es cierto es que hay San Miguel de Allende para todos los presupuestos: desde rooftops que ofrecen margaritas de 350 pesos, hasta visitas gratuitas a los museos locales y funciones de teatro abiertas al público.
A continuación, enlistamos algunos lugarcitos que sólo se pueden conocer a pie, perdiéndose entre los callejones empedrados del corazón del Bajío mexicano:
En una esquina sobre la calle de Relox, a unas cuantas cuadras del zócalo, una botica clásica del siglo XIX se conserva como un negocio familiar. Según lo consignan en su sitio oficial, la Botica de Santa Teresita es un negocio familiar que se ha conservado a lo largo de 7 generaciones (o más de 160 años).
Las puertas están abiertas de par en par, de manera que los transeúntes puedan ver las estanterías de madera trabajada al estilo francés del siglo antepasado. Pintadas de un color hueso deslavado, encierran detrás de estanterías de cristal aceites esenciales, remedios caseros y medicinas de patente.
Al entrar, una pareja de perros Weimaranner reciben a los visitantes mirándoles a los ojos. De no atender a otros clientes, la actual dueña del local —una mujer robusta, de manos anchas— se acerca personalmente a cada visitante y le muestra las alternativas que tiene, de acuerdo a sus necesidades.
A veces, parece que ella sabe más que la receta médica. Sin saber cómo, los visitantes salen de la botica con las manos colmadas de dulces tradicionales, extractos de plantas aromáticas para el hogar —ah, y la medicina que habían ido a buscar originalmente. Este es uno de los gustos que sólo se pueden encontrar a pie, que hacen que San Miguel conserve ese gusto de pueblo (aunque ya es una ciudad con más de 174 mil habitantes).
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San Miguel de Allende se construyó en medio del desierto del centro de México. La cuadratura romana de la ciudad, traída por los españoles durante la Colonia, a veces esconde la riqueza biológica que existe en el Bajío mexicano. Sin embargo, el gobierno local no ha escatimado en proteger esta diversidad natural.
Pocas personas conocen el Charco del Ingenio, una reserva para la vida desértica de 67 hectáreas a las afueras de la ciudad. Ubicado a apenas 10 minutos del centro histórico, recibe su nombre de una poza milenaria en una cañada natural. Este espacio conserva algunas de las especies endémicas de cactáceas más importantes del país, y funge como lugar de descanso para diversos tipos de aves.
Para quienes gustan del senderismo, o sólo quieren darse el gusto de una caminata larga y en silencio, éste es el plan ideal para pasar la mañana. Lo mejor es llegar temprano, para empezar a caminar cuando el Sol no cae tan pesado. Vale la pena llevar botas o zapatos especiales, para evitar salir raspado de entre los matorrales.
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Éste es el nombre con el que los locales hacen referencia al Templo de la Purísima Concepción. Muchas veces, este recinto religioso queda eclipsado por la fachada excéntrica de la Catedral de San Miguel de Allende, que destaca entre otras iglesias por su estilo neogótico y cantera rosa.
Sin embargo, «Las Monjas» es uno de los espacios sagrados más vistosos del pueblo. Cuenta la leyenda que, al morir sus padres, María Josefa Lina de la Canal se acercó al párroco local en el siglo XVII con la intención de ser religiosa. Con una dote de 70 mil pesos, dedicó su vida a hacer un templo que representara la grandeza de su pueblo natal.
Fue así como el templo pudo costear sus impresionantes altares barrocos, con remates de hoja de oro, canteras mexicanas y maderas preciosas. Sólo 5 años después de que la obra quedara terminada, la mujer murió.
Alejado del tumulto de extranjeros y turistas ávidos de contenido para sus redes sociales, San Miguel de Allende esconde una galería de arte urbano. No porque fuera la intención de crear una galería al aire libre, sino porque los artistas locales vistieron los muros de las casas, comercios y mercados con murales.
La tradición muralista mexicana tiene una larga tradición. El Barrio de Guadalupe, según lo describe Atlas Obscura, es un lugar donde «la arquitectura colonial se encuentra con el arte urbano».
A pesar de que el gobierno local ha hecho un esfuerzo riguroso por conservar la estética colonial de las casitas en el pueblo —con un código de estricto de colores y fachadas— el Barrio de Guadalupe tiene una concesión particular. A partir del proyecto comunitario Muros en Blanco, lanzado por el colectivo JovenES Expresión en 2013, las autoridades han permitido que estas formas de expresión artística se extiendan a lo largo de varias cuadras.
La entrada es gratuita, porque en realidad se trata de una colonia más residencial para personas que viven en San Miguel. Lo mejor es visitar el Barrio de Guadalupe por la tarde, poco después de comer, para disfrutar de los murales con un helado de chía, que puedes tomar en alguna de los negocios locales.
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