Elegido como el mejor destino turístico en el 2011, la capital chilena ha ganado fama internacional.
¿Cómo se recorre una ciudad en la que has vivido los últimos 30 años? ¿Cómo mirar nuevamente sus calles y rincones con los ojos de la novedad?
Pareciera una cuestión difícil, pero esta ciudad que hace cuatro décadas fue testigo del bombardeo del Palacio La Moneda a manos de una cuadrilla de Hawker Hunter -en el episodio más triste que se recuerde- tiene la capacidad de forzar al asombro a quien la recorre, sea un visitante primerizo o un santiaguino fundamentalista.
Desde un tiempo a esta parte, la ciudad vive un cambio constante. El ejemplo más evidente es la Gran Torre del edificio Costanera Center. Un día los santiaguinos nos despertamos y nos dimos cuenta que muy cerca del corazón de la metrópolis había un rascacielos imponente. Inaugurado hace un año, fue diseñado por la oficina de Cesar Pelli -el mismo que levantó las Torres Petronas en Kuala Lumpur-, cuenta con 63 pisos y una altura de 300 metros, que lo convierte en el edificio más alto de América del Sur.
Sin embargo, el Santiago verdadero, para mí, el que ha sobrevivido al paso del tiempo, se ubica a varias cuadras de ahí, en los alrededores del cerro Santa Lucía -uno de los pulmones verdes de la ciudad, el lugar donde se fundó Santiago-. En esa vena, el Mercado Central me parece el punto de partida ideal para cualquier viajero. Los gritos de los dependientes de los puestos, ofertando productos y platos, debieron incidir para que National Geographic lo ubicara entre los cinco mejores mercados del mundo.
Afuera, la ciudad cambia. Los Starbucks florecen por todos lados engrosando las filas de los amantes del Lemon cake y el Café latte. Santiago se hace cada vez más cosmopolita, al punto que es posible hallar restoranes con comidas de todos los lugares del mundo: india, en el Majestic; thai, en el Lai-thai; alemana, en el Lili Marleen; italiana, en el Rivoli; francesa, en Le fournil, por nombrar unos pocos.
En los últimos años los espacios culturales han florecido. Hace unas semanas pude ver en el Centro Cultural Palacio La Moneda, una soberbia exposición de la colección Peggy Guggenheim, Venecia, con obras de Dalí, Kandinsky, Pollock y Max Ernst, entre otros. Y ahora enfilo mis pasos al Centro Cultural Gabriela Mistral, GAM, sólo con el propósito de volver a ver una obra del más talentoso dramaturgo chileno, Juan Radrigán, una ópera musical llamada Amores de cantina.
La gracia del GAM, más allá de su biblioteca, de los recitales que ofrece, de la librería donde sólo venden libros chilenos, es que se levanta en el mismo lugar donde sesionó durante años la Junta Militar que dirigió Augusto Pinochet.
Quien visite Santiago y no vaya a la casa de Neruda no podrá decir que lo ha conocido. La Chascona, nombre que le puso en honor a una de sus mujeres, Matilde Urrutia, con quien el poeta vivió largos años en esa casa, mantiene intacto su escritorio, su comedor y hasta la cuchillería original que usaba el vate, entre muchas otras cosas.
No te asustes si en medio del recorrido escuchas el rugido de un tigre o al elefante barritar. No estás loco, son los animales del Zoológico de Santiago, casi pegado a la casa de Neruda, al que se llega luego de subir en funicular por una ladera del cerro San Cristóbal.
Cambio de aire drásticamente. Y decido darme una vuelta por una de las calles más exclusivas de Santiago, el territorio de las grandes marcas internacionales: Alonso de Córdova. Ahí están instaladas tiendas del calado de Louis Vuitton, Ermenegildo Zegna o Hermès. Pero también las galerías de arte más afamadas se encuentran en esta avenida: Artespacio, Isabel Aninat o AMS Marlborough.
He dejado lo mejor para el final. El mundo del vino, en Isidora Goyenechea, es un templo de los bebestibles. Me llevo un Casillero del Diablo reserva, de Concha y Toro, y un Carignan 2007, de Viña Morandé. Para brindar por este Santiago que a pesar de que cambia al ritmo de los tiempos, en el fondo sigue siendo el mismo.