Un sinfín de actividades nos recuerdan la biodiversidad de este lado del pacífico.
Desde el barco que recorre la parte de la bahía que toca la ciudad de Puerto Vallarta se tiene una panorámica del malecón. El barco cuenta una historia: es una réplica de la Santa María, una de las carabelas de Cristobal Colón, la embarcación capitana utilizada en el viaje transatlántico de 1492. Es un cuento, por supuesto, ya que la Santa María encalló la Navidad de ese año en República Dominicana. Su réplica ahora, en Puerto Vallarta, envuelve con el misterio de los piratas y la conquista de América a turistas norteamericanos que pagan por la cena-show. En general este destino no caracteriza por su énfasis cultural. Ahora, sin embargo, basta echar una mirada al malecón desde el barco para percibirlo animado de actividades culturales, lleno de color por los artesanos y artistas que ahí exhiben, y que han puesto esculturas de bronce de principio a fin, y más largo, porque se extiende más allá del llamado puente del Amor y la zona Romántica, incluso más lejos del recién inaugurado muelle en forma de cápsula espacial, hasta la llamada Playa de los muertos.
Es fácil constatar la renovación con énfasis en la cultura que ha sufrido Puerto Vallarta. En el Anfieatro los Arcos (o teatro al aire libre Aquiles Serdán), a la altura de la Parroquia de nuestra Señora de Guadalupe, un poco antes de cruzar el Río Coael a través del puente del Amor, constantemente hay representaciones teatrales o conciertos. Al llegar a este punto, ya hemos recorrido la parte vieja del malecón, donde están los bares más populares.
Hace décadas estaba como atracción única, el famosos Carlos O´Brians. Ahora, en su lugar, hay docenas de pequeños bares. En La Vaquita, por ejemplo, llama la atención un columpio de al menos cinco metros de alto en el que se balancean als chicas guapas. También está el Zoo, el Mandala y el Señor Frogs. O el Bebotero que ofrece rock en vivo en un ambiente plagado de imágenes de gente famosa, pero pintada con muchos kilos de más, emulando el estilo del pintor colombiano Fernando Botero. Junto a estos sitios característicos, hay más alternativas, algunas completamente alejadas de la fiesta nocturna.
Desde finales de los setenta se han colocado esculturas de bronce a lo largo del malecón. Ya suman una docena que da forma a un corredor artístico que convive con los tendidos de artesanos que exhibem sus trabajos al lado de coloridas iguanas de barro y piezas huicholas confeccionadas con chaquira.
Aunque lo indios que poblaban estas tierras eran conocidos por los conquistadores como «indios bandera» por lo colorido de sus vestimentas, los coras (originarios de Nayarit), y los huicholes se han hecho con el tiempo sello característico de la artesanía de Puerto Vallarta . De hecho la Bahía de Banderas, que va de Nayarit a Jalisco y que con 100 kilómetros de longitud es una de las de mayor extensión de América, y con sus 900 metros, una de las más profundas del mundo, debe su nombre precísamente a los indios bandera, que fueron hallados aquí por Francisco Cortés de San Buena Ventura cuando desembarcó en 1525.
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