Entre senderos que se bifurcan se encuentra este grupo de pintorescos pueblitos en la costa italiana
El secreto de este parque nacional al noroeste de Italia está en los senderos: pequeñas rutas de tierra enmarcadas por viñas y olivos, que suben por escarpadas colinas hasta antiguos santuarios, atravesando las «cinco tierras» que nombran a esta área y desde donde se aprecian los acantilados del mar de Liguria y los Alpes Apuanos.
Cinque Terre aún conserva la rústica melancolía de la campiña italiana, mezclada con un olor a mar y a albahaca, y un aire de serenidad que, sobre todo en Italia, es cada vez más difícil de encontrar.
Por ello, este sitio nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco es perfecto para escaparse un fin de semana desde Génova, Milán o incluso Venecia.
Sus cinco pueblos pueden recorrerse en tren o a pie por los senderos, pues el acceso carretero es bastante restringido. Eso sí, sea como sea, más vale llegar con buen apetito, pues la región es sorprendente en términos gastronómicos.
Aquí nació, entre muchas otras recetas, la famosa salsa pesto.
A pie, la vida es más sabrosa
Ponte unos buenos tenis y decide qué tanto quieres caminar: aunque sólo son nueve kilómetros del primero al último pueblo, los senderos son empinados y con escalones de tierra, por lo que el recorrido completo toma alrededor de cinco horas (y eso es sólo el camino de la costa, dentro del parque hay muchísimas rutas más; algunas incluso han sido designadas para bicicletas y caballos).
Pero no te preocupes, en cualquiera de los cinco pueblos podrás subirte al tren y cambiar de estrategia, sentarte a comer, buscar hospedaje, tomar un poco de vino o seguir el recorrido: así que diviértete armando el itinerario.
Lo mejor para apreciar el panorama es caminar, el trayecto en tren no es una buena opción, pues incluye muchos túneles y pocas vistas.
No te lo pierdas
Los viajeros suelen preguntarse si conviene visitar todos los pueblos del corredor.
A pesar de que comparten similitudes, cada uno tiene su propia personalidad, por lo que la respuesta es que sí.
De norte a sur, te encontrarás primero con Monterosso al Mare, el pueblo más grande, más antiguo y más concurrido, cuyas simpáticas playas se llenan de bañistas locales y extranjeros durante el verano.
El siguiente hacia el sur es Vernazza, quizá el más pintoresco de todos, con un puerto de tamaño miniatura que resguarda pequeñas embarcaciones.
Siéntate a descansar en las rocas del puerto y cómete allí un tentempié.
Después echa un vistazo a la iglesia dedicada a Santa Margarita de Antioquía; aunque ha sido reconstruida varias veces, su trazo original es del siglo XIII y aún pueden apreciarse elementos medievales.
A Vernazza sigue Corniglia, el único de los cinco pueblos que estrictamente no toca el mar, pues se encuentra en lo alto del acantilado.
Aunque toda la zona tiene pequeños viñedos privados, en los alrededores de Corniglia se siente más la antigua vocación vinícola de la zona.
No dejes de probar los dos tipos de vino que se hacen en la región, casi artesanalmente: el primero, llamado Cinque Terre, es un blanco seco ideal para comer con mariscos (en casi todos los restaurantes encontrarás interesantes recetas de pulpo, mejillones o calamares); y el Sciacchetrà, un exquisito vino dulce de postre que ha trascendido fronteras.
Entre terrazas naturales creadas para aprovechar el terreno de siembra, se llega a Manarola, el cuarto de los pueblos y también muy pintoresco por sus casas alargadas (típicamente genovesas), apiñadas entre las rocas y el mar.
El pequeño poblado de Riomaggiore es el que cierra el recorrido, al que se accede atravesando la Vía del Amor, un encantador malecón elevado visitado por parejas.
En una de sus secciones, los enamorados dejan candados con sus nombres en señal de compromiso, contagiados por la dulce melancolía que provocan los senderos junto al mar.
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