El paisaje deslumbrante entre Lisboa y el Alentejo se recorren sin prisas
Los antiguos romanos tenían buen ojo para los bienes raíces. A partir del siglo II a. C. se fijaron en el Alentejo, una tierra fértil con campos ondulantes y yacimientos de mármol que prácticamente garantizaban la buena vida. En los siglos subsecuentes, moros, cristianos y otros pelearon por esta región ubicada en el centro-sur que va desde el Algarve hasta el Tejo (cuyo nombre se deriva de la frase para além do Tejo, ?cruzando el Tejo? desde la perspectiva de los lisboetas).
Hoy día, esta provincia rural colindante con España es la más grande y pródiga de Portugal, un antídoto para el deslumbrante Algarve y la bulliciosa Lisboa, con amplios espacios para deambular y aldeas medievales para explorar así, con calma. Sus caminos, prácticamente libres de tránsito, recorren un paisaje dorado por el sol, con sus alcornoques, sus olivos retorcidos y sus pulcros viñedos, cuyos escasos y orgullosos habitantes atesoran un legado rico en platillos tradicionales, vinos y artesanías.
Escritura en los muros
Al este de Lisboa, las carreteras discurren a través de bosques de alcornoques y pasan junto a las granjas blanqueadas con cal y los viñedos. Unos 130 kilómetros más adelante, la ciudad fortificada de Évora, que la Unesco designó Patrimonio de la Humanidad en 1986, se alza sobre los valles aledaños como la estampa de un pasado distante.
Recorre el centro a pie. Visita el Templo Romano, con sus columnas de granito, construido en el siglo I o II d.C., considerado el santuario romano mejor preservado de Portugal, y la excavación de los baños romanos, ocultos en el sótano de la Cámara Municipal en Praça do Sertório.
Estas ruinas circulares, descubiertas en 1987, fueron un laconicum (cuarto caliente). Medita como lo hacían los monjes franciscanos, en la Capela de Ossos (capilla de huesos). Una inscripción sobre la entrada pauta: ?Nosotros, los huesos que estamos aquí, esperamos a los tuyos?.
Aquí, los restos de aproximadamente cinco mil monjes, traídos en el siglo XVI de cementerios cercanos, cubren prácticamente todo el interior.
En la Pastelaria Conventual Pão de Rala prueba el pastéis Santa Clara, una empanada con almendra que lleva este nombre en honor de una monja franciscana del siglo XIII. Descubre la cultura vitivinícola del Alentejo, conocida por sus vinos rojos suaves, en la sala de degustaciones de la Ruta del Vino Alentejo, salón abovedado donde se ofrecen pruebas gratuitas.
En torno de Évora, hacia al oeste, 95 monolitos de granito de la era Neolítica marcan el paisaje conforme uno baja por la red de caminos de terracería.
A poco menos de cinco kilómetros de la ciudad amurallada se encuentra el lujoso Convento do Espinherio Hotel & Spa, un inmueble del siglo XV, donde la princesa Isabel de Aragón y Castilla (hija de los reyes Católicos) se engalanó para su boda con el príncipe Alfonso.
La antigua cava es hoy un restaurante; el almuerzo se sirve en los que fueran jardines de los monjes, llenos de lavanda y romero. Prueba el pan en moronas (migas) y el cerdo cocinado con almejas.
Al noroeste, dando un rodeo de 22 kilómetros, está Arraiolos, famoso por sus tapetes tejidos a mano. En una de las tiendas más antiguas del pueblo, cooperativa de artesanos conocida como FRACOOP, cuelgan grandes tapetes de las paredes y formando pilas en la parte trasera de la tienda.
Asómate a una de las pequeñas habitaciones laterales para observar a una artesana en acción, y admira los patrones más auténticos, inspirados en los azulejos moriscos.
El gran camino blanco
Regresa a Évora y luego avanza 34 kilómetros hacia el noreste para llegar a Redondo, donde maestros alfareros producen artículos de barro. Continúa hacia las colinas Serra d?Ossa y más allá de las canteras de mármol que rodean el pueblo Vila Viçosa. El mármol, al que los lugareños llaman ?oro blanco?, se encuentra en color crema, negro y rosa.
Este último es particularmente apreciado y ha traído gran prosperidad a esta ciudad. Recorre este pueblo histórico, hasta llegar a la Plaza da República, bordeada de naranjos, y al majestuoso Palacio Ducal, construido en 1501 y remodelado en los siguientes dos siglos.
Prácticamente toda la superficie en Vila Viçosa brilla por el mármol, desde las bancas hasta los escalones de la entrada, incluso en las moradas más humildes. El Museo del Mármol, ubicado en una estación de trenes de 110 años de antigu?edad adornada con azulejos, cuenta la historia de esta apreciada piedra.
Ambiente medieval
En un corto viaje en coche, de 19 kilómetros hacia el sur, podrás ver pastores cuidando sus rebaños en el camino a Terena, un caserío en la cima de una colina, donde un castillo medieval monta guardia. Vale la pena hospedarse en la Casa de Terena, que fue el obispado en el siglo XVII y luego acondicionada como posada.
En un esfuerzo de sustentabilidad, los dueños utilizan alimentos producidos en la localidad, incluido cordero, que obtienen de un pastor vecino. También ayudan a los inquilinos a aprovechar la belleza natural de la región, coordinándoles paseos en bicicleta por el campo y excursiones para observar aves (hay que buscar cigu?ena negra, búho real y milano real, que se encuentran en peligro de extinción).
Continuando hacia el sur, admira los viñedos a un lado del camino, conforme subes hacia el área en que se puede apreciar un paisaje medieval: el caserío amurallado de Monsaraz, rodeada por un muro y encaramada como el nido de un águila en lo alto de un árbol.
Sube por las formidables murallas hasta el torreón del castillo que se alza sobre el Alqueva, el más grande de varios lagos artificiales en esta cálida y seca región. Navega por sus aguas tranquilas en el Sem- Fim, un buque de carga holandés de 15 metros de largo adaptado como un velero, y que se encuentra atracado a casi cinco kilómetros de allí, cerca de Telheiro.
Considera la posibilidad de permanecer en Monte Saraz, una plantación de olivo del siglo XVIII que ofrece elegantes suites y una alberca al aire libre, la cual fue un día utilizada como depósito de aceite.
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