Una aparición tan extraordinaria que podría ser el primer fenómeno atmosférico nombrado Patrimonio Natural de la Humanidad.
Cinco casitas yacen sobre las aguas de un lago gigantesco que, tras un día más de sol ardiente, se duerme sereno y tibio.
Sin un vestigio de modernidad en varios kilómetros, pronto la oscuridad devora todo el horizonte. Entonces, de la nada emerge arbitrario, impredecible, un fenómeno natural inédito en el mundo, capaz de tornar en día la medianoche con un cegador estallido de flashes que, en un segundo, todo lo ilumina como un cósmico faro de neón.
Una y otra vez, una y otra vez: más de un millón de rayos cada año, actividad meteorológica que, además de ser un espectáculo visual impresionante, regenera 10 por ciento nuestra dolorida capa de ozono. No obstante la furia de los elementos, el silencio reina: es como una muda tempestad que eventualmente deja escapar un rumor seco como el gruñido de un cíclope dormido.
Ahora bien, no es esto un extracto sacado de la ficción, sino un evento real que tiene lugar cada noche en los confines del Lago de Maracaibo, al occidente de Venezuela, y que lleva por nombre, como el título pomposo de alguna novela de Verne: el Relámpago del Catatumbo.
El fenómeno se ubica en Venezuela, en el Parque Nacional Ciénegas de Juan Manuel de Aguas Claras y Aguas Negras. Se puede observar a cientos de kilómetros de distancia, sin embargo, el mejor mirador está al sur del Lago de Maracaibo, en el Puerto Chamita, donde hay palafitos para alojar turistas.
Para llegar existen vuelos desde las principales ciudades latinoamericanas; a Caracas vuelan American Airlines, Taca, Avianca y Aeroméxico. De Caracas uno se va a Mérida en autobús (16 horas), o en avión hasta El Vigía, y de allí bus a Mérida (una hora).