Después de años de monitoreo minucioso, la pequeña isla galesa de Ynys Enlli consiguió el certificado de Santuario de Cielo Oscuro. Ésta es su historia.
En Ynys Enlli sólo viven dos personas. A lo largo del año, reciben a un puñado de visitantes, que llegan a la pequeña isla —de apenas 2.5 kilómetros de ancho— con una misma intención: observar el cielo nocturno como era originalmente, antes de que la contaminación lumínica lo asfixiara. Por ello, recientemente la isla al noroeste de Gales consiguió el título de santuario para el cielo oscuro.
A diferencia de las grandes urbes en el planeta, que han preferido la expansión urbana al respeto por la bóveda celeste, los espacios catalogados como santuarios del cielo oscuro se rehúsan a que las generaciones venideras crezcan sin estrellas. El proceso para obtener las credenciales es lento, pesado y riguroso: no cualquiera puede ostentar el título. Así funciona.
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Por un cielo cuajado de estrellas
Unas cuantas cruces con nudos celtas permanecen en Ynys Enllis (conocida por los británicos como Bardsey Island), como centinelas de la bóveda celeste. Herencia de los asentamientos cristianos antiguos, las construcciones de piedra en la isla sólo se iluminan con fuego, como lo hacían los primeros pobladores.
Así como los otros 16 santuarios del cielo nocturno, se encuentra en un espacio remoto donde hay pocas amenazas para la observación astronómica. Es decir: edificios, embarcaciones, complejos residenciales, alumbrado público o cualquier otro agente que emita luz, e irrumpa con el tintinar de las estrellas.
De acuerdo con la International Dark-Sky Association (IDA), encargada de la certificación rigurosa para los espacios como santuarios oficiales, tener un ambiente oscuro no es suficiente.
«Un Santuario de Cielo Oscuro IDA es un terreno público o privado que tiene una calidad excepcional o distinguida de noches estrelladas y un ambiente nocturno que se protege por su valor científico, natural o educativo, su patrimonio cultural y/o disfrute público», documenta la institución en su portal oficial.
A diferencia de un parque nacional o una reserva natural, los santuarios del cielo oscuro se encuentran en lugares alejados de la civilización. De esta manera, la calidad de la bóveda celeste no se ve comprometida por contaminantes humanos. Aunque parezca increíble, los seres humanos logramos que la observación astronómica sea una tarea casi quirúrgica, por lo complicado que se ha vuelto el proceso de conseguir espacios prístinos.
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Por la delicadeza que requiere hoy el trabajo de conservación de los cielos nocturnos, admite la IDA, la divulgación científica también se ha limitado significativamente. Por ello, lugares minúsculos y recónditos como Ynys Enlli son únicos en el planeta: lo que antaño era un derecho común entre las especies en la biosfera se ha convertido en un privilegio frágil, cuya conservación pende de un hilo.
En promedio, una ciudad contaminada está catalogada en un índice de brillo de entre 16 y 17 puntos, según los parámetros de la IDA. Para siquiera aplicar a la certificación de cielo oscuro, los lugares deben de contar con 21.5, o más. Ynys Enlli alcanzó el 22 en la medición oficial.
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Para ello, la isla galesa fue monitoreada por años. Finalmente, en 2022, consiguieron el nombramiento de la IDA. Al respecto, la directora de Bardsey Island Trust, Sian Stacey, no oculta su orgullo sobre el nombramiento de la isla:
«Es un gran logro», declaró en un comunicado, «y me gustaría agradecer a todos los que han estado involucrados. Es la culminación de varios años de arduo trabajo que involucró a nuestro propio equipo, así como a nuestros socios en toda la región y más allá.»
Mientras islas remotas como ésta luchan por conseguir este tipo de certificados, la contaminación lumínica en el planeta aumenta a un ritmo alarmante de 9.6 % anual, advierte Smithsonian Magazine. El capitalismo nos ha hecho creer que los espectaculares y anuncios de neón de los centros comerciales son más valiosos que volver a ver la Vía Láctea.
Y así, el Homo sapiens post-atómico se está negando a sí mismo, sin saberlo, de un derecho natural: volver la mirada a las alturas y encontrarse con la inmensidad del Universo.
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