En la búsqueda de la legendaria ?Ciudad del Dios Mono», exploradores encuentran intactas las ruinas de una cultura desaparecida.
Fotografías: Dave Yoder
Una expedición a Honduras ha vuelto de la selva con dramáticas noticias del descubrimiento de la ciudad perdida de una misteriosa cultura, nunca antes explorada. El equipo fue impulsado a la remota y deshabitada región por los viejos rumores de que ahí se encontraba una legendaria ?Ciudad Blanca?, a la que también se le ha mencionado como la ?Ciudad del Dios Mono?.
Arqueólogos inspeccionaron y trazaron un mapa de extensas plazas, movimientos de tierra, colinas, y una pirámide que pertenece a una cultura que floreció hace 1,000 años y luego desapareció. El equipo, que regresó del lugar el miércoles 25 de febrero, también descubrió una extraordinaria reserva de esculturas de piedra que habían permanecido intactas desde que la ciudad fue abandonada.
En contraste con la cercana Maya, esta cultura desaparecida ha sido poco estudiada y sigue siendo prácticamente desconocida. Los arqueólogos ni siquiera le han dado un nombre.
Christopher Fisher, arqueólogo mesoamericano del equipo de la Universidad Estatal de Colorado, explicó que el estado intacto del sitio es "increíblemente raro." El experto especula que la reserva, que se encuentra en la base de la pirámide, pudo haber sido una ofrenda.
?El inalterado contexto es único?, comentó Fisher. Es la ostentación de un poderoso ritual para sacar objetos como estos fuera de circulación?.
La parte superior de 52 artefactos se asomaban por encima de la tierra. Muchos más, evidentemente, se encuentran debajo del suelo, con posibles enterramientos. Entre ellos se encuentran asientos ceremoniales de piedra (llamados metates) y recipientes finamente tallados y decorados con serpientes, figuras zoomorfas y buitres.
El objeto más vistoso que emerge de la tierra es la cabeza de lo que, especula Fisher, podría ser un ?hombre-jaguar?, un tipo de félido que quizá representa a un chamán en un estado espiritual transformado (imagen arriba). Alternativamente, el artefacto podría estar relacionado con los juegos de pelota ritualizados, los cuales fueron un rasgo característico de la vida precolombina en Mesoamérica.
?La figura parece llevar un casco?, comentó Fisher. El miembro del equipo Oscar Neil Cruz, arqueólogo líder en el Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH), cree que los artefactos datan del año 1000 a 1400.
Los objetos se documentaron pero no se excavaron. Para proteger el lugar contra saqueadores, no se reveló su ubicación.
Historias de "Casa Blanca" y un Dios Mono
Las ruinas fueron identificadas por primera vez en mayo de 2012 durante un reconocimiento aéreo de un valle remoto en La Mosquitia, una vasta región de pantanos, ríos y montañas que abarca algunos de los últimos lugares científicamente inexplorados en la Tierra.
Durante 100 años, exploradores y mineros contaron historias de las murallas blancas de una ciudad perdida que se vislumbraba por encima del follaje de la selva. Relatos indígenas hablan de una ?casa blanca? o un ?lugar del cacao?, donde los indios se refugiaban de los conquistadores españoles ?un paraíso místico similar al Edén del que nadie nunca regresó.
Desde la década de 1920, varias expediciones habían buscado la White City o Ciudad Blanca. El excéntrico explorador Theodore Morde organizó la más famosa de ellas, en 1940, bajo el auspicio del Museo Nacional de los Indígenas Americanos (ahora parte del Instituto Smithsoniano).
Morde regresó de La Mosquitia con miles de artefactos, afirmando haber entrado en la Ciudad Blanca. Según Morde, los indígenas del lugar dijeron que contenía la estatua gigante enterrada de un Dios Mono. El explorador no quiso revelar la ubicación por miedo, expresó, a que el sitio fuera saqueado. Más tarde se suicidó y el lugar, si es que existió, nunca fue identificado.
Más recientemente, los documentalistas Steve Elkins y Bill Benenson fueron en busca de la ciudad perdida.
Identificaron un valle en forma de cráter, rodeado de montañas escarpadas, como una posible ubicación.
Para reconocerlo, en 2012 consiguieron la ayuda del Centro Nacional de Cartografía Laser Airborne de la Universidad de Houston. Un avión Cessna Skymaster, con un escáner LIDAR de un millón de dólares, sobrevoló el valle, sondeando el follaje de la selva con luz láser. El LIDAR ?Light Detection and Ranging?, es capaz de levantar un mapa del suelo, aun a través de la densa selva tropical, delineando cualquier elemento arqueológico que pudiera estar presente.
Al procesarse las imágenes, se distinguieron características no naturales que se extienden más allá de un kilómetro y medio a través del valle. Cuando Fisher analizó las imágenes, descubrió que el terreno a lo largo del río había sido casi totalmente remodelado por manos humanas.
Evidencias de arquitectura pública y ceremonial, grandes movimientos de tierra y montículos de casas, posibles canales de riego y embalses; todo esto llevó a Fisher a concluir que el asentamiento era, en efecto, una ciudad precolombina.
Bajo amenaza por la deforestación
Un descubrimiento arqueológico no se confirma hasta que ha sido ?verificado en tierra?. El equipo de exploración en tierra está conformado por arqueólogos estadounidenses y hondureños, un ingeniero operador del LIDAR, un antropólogo, un etnobotánico, documentalistas y personal de apoyo. Dieciséis soldados de las Fuerzas Especiales de Honduras proporcionaron seguridad. La National Geographic Society envió a un fotógrafo y a un escritor.
La expedición confirmó todas las características que se aprecian en las imágenes del LIDAR, junto con muchas más. Era una ciudad antigua. Los arqueólogos, sin embargo, ya no creen en la existencia de una única ?ciudad perdida?, o Ciudad Blanca, como se describe en las leyendas. Creen que La Mosquitia alberga muchas de esas ?ciudades perdidas?, que en conjunto representan algo mucho más importante: una civilización perdida.
El valle está densamente alfombrado en una selva tan primitiva que los animales parecen no haber visto seres humanos con anterioridad. Un equipo de avanzada, al despejar una zona de aterrizaje para los helicópteros que suministran la expedición, observó que monos araña miraban curiosamente hacia abajo desde lo alto de los árboles, y que una gallina de Guinea y un tapir vagabundeaban por el campamento, sin miedo a los visitantes humanos.
«Claramente se trata de la más inalterada selva tropical en Centroamérica. La importancia de este lugar no podría ser sobrestimada». – Marcos Plotkin, etnobotánico
La región también está seriamente amenazada. La deforestación para la ganadería ha ?rasurado? la selva hacia el interior más de una docena y media de kilómetros del valle. Grandes extensiones de selva virgen se cortan y queman ilegalmente para abrir paso a la ganadería. La región se ha convertido en una de las mayores zonas productoras de carne en América Central, al abastecer a franquicias de comida rápida en Estados Unidos.
Virgilio Paredes Trapero, director del IHAH, la institución bajo cuyos auspicios ha operado la expedición, pasó varios días en el lugar. Concluyó: ?Si no hacemos algo de inmediato, la mayor parte de este bosque y el valle habrán desaparecido en ocho años?. Y con las manos extendidas, añadió: ?El gobierno de Honduras está comprometido con la protección de esta zona, pero no tiene los recursos. Necesitamos con urgencia apoyo internacional?.
La expedición se hizo posible con el permiso, el patrocinio y el apoyo del gobierno de Honduras; el presidente de ese país, Juan Orlando Hernández Avarado; Virgilio Paredes Trapero, director del IHAH; Oscar Neil Cruz, jefe de la División de Arqueología del IHAH, así como el ministro de Defensa, Samuel Reyes, y las Fuerzas Armadas de Honduras bajo el mando del general Fredy Santiago Díaz Zelaya, con el general Carlos Roberto Puerto, el teniente coronel Guillermo Oseguera y soldados del cuerpo TESON de las Fuerzas Especiales de Honduras.