Este año la población mundial alcanzólos 7 mil millones de habitantes.
Un día de otoño de 1677, en Delft, Antoni van Leeuwenhoek, comerciante de telas (y, según cuentan, el modelo de larga cabellera que Johannes Vermeer retrató en sus cuadros «El astrónomo» y «El geógrafo»), interrumpió abruptamente lo que hacía con su esposa y corrió a la mesa de trabajo.
Aunque las telas eran su negocio, su gran pasión era la microscopía. «En menos de seis palpitaciones», informó después a la Real Sociedad de Londres, Leeuwenhoek se puso a estudiar su muestra perecedera bajo una lupa diminuta. La lente había sido fabricada personalmente por el holandés; nadie en el mundo tenía un cristal de potencia comparable.
De hecho, los estudiosos londinenses aún trataban de verificar su afirmación respecto de la presencia de millones de «animálculos» invisibles contenidos en una gota de agua de un lago e incluso en el vino francés. Sin embargo, aquel día daría a conocer un hallazgo todavía más delicado: la presencia de animálculos en el semen humano.
«A veces hay más de 1 000 en una cantidad de sustancia del tamaño de un grano de sal», escribió, y colocándose la lupa en el ojo, cual joyero, vio cómo sus propios animálculos nadaban sacudiendo las colas.
Aun cuando su mirilla minúscula le confería acceso privilegiado a un universo microscópico nunca visto, pasaba horas incontables observando los espermatozoides -como los llamamos hoy- y, extrañamente, fue la lecha que un día extrajo de un bacalao lo que lo llevó a conjeturar, por casualidad, sobre la cantidad de personas que podrían poblar la Tierra.
En ese entonces nadie tenía la menor idea, pues se habían practicado muy pocos censos. Leeuwenhoek partió del cálculo de que la población de Holanda ascendía a cerca de un millón de personas. Luego, con ayuda de sus mapas y un poco de geometría esférica, determinó que la superficie terrestre habitada era 13 385 veces más grande que su país y, como resultaba difícil imaginar que todo el planeta estuviera tan densamente poblado como Holanda, que incluso entonces parecía saturada, llegó a la triunfal conclusión de que no podía haber más de 13 385 millones de personas en todo el orbe.
Aquel cálculo, señala el biólogo poblacional Joel Cohen en su libro How Many People Can the Earth Support?, bien pudo ser el primer intento de responder de manera cuantitativa una interrogante más imperiosa hoy que en el siglo xvii, y cuyas posibles respuestas nada tienen de entusiastas.
Los historiadores calculan que, en tiempos de Leeuwenhoek, la Tierra albergaba sólo unos 500 millones de seres humanos debido a que, luego del incremento paulatino a lo largo de varios milenios, la explosión poblacional apenas comenzaba a gestarse.
Siglo y medio después, cuando otro científico anunció el descubrimiento de los óvulos humanos, la población mundial se había duplicado a más de 1 000 millones y otra centuria más tarde, en 1930, la cantidad de habitantes del planeta había vuelto a duplicarse a 2 000 millones.
@@x@@A partir de entonces, la aceleración del crecimiento ha sido pasmosa. Antes del siglo xx ninguna persona vivía lo suficiente para ver duplicada la población mundial, pero hoy hay quienes la han visto triplicarse. Según cálculos de la División de Población de Naciones Unidas (ONU), para finales de 2011 seremos 7 000 millones.
Aunque esa explosión se ha desacelerado un poco, no da visos de terminar y la causa no sólo es que ahora vivimos más tiempo, sino que hay tantas mujeres (1 800 millones) alcanzando la edad reproductiva en el mundo que la población está condenada a seguir aumentando durante varias décadas, incluso cuando cada una tenga menos hijos de los que habría concebido hace una generación.
Para 2050, la cifra total podría elevarse a 10 500 millones o detenerse en el nivel de 8 000 millones (diferencia equivalente a, más o menos, un hijo por mujer). En opinión de los demógrafos de la ONU, el cálculo más aproximado se ubica en un punto intermedio y, según sus proyecciones, la población mundial podría ascender a cerca de 9 000 millones antes de 2050 (en 2045).
Es difícil no alarmarse frente a un crecimiento poblacional que, hoy, es de alrededor de 80 millones de individuos al año. Los mantos freáticos se agotan, la erosión del suelo avanza, los glaciares se derriten y nuestras reservas de peces desaparecen.
Casi 1 000 millones de personas padecen hambre a diario y en unas cuantas décadas tendremos que alimentar 2 000 millones de bocas adicionales, sobre todo en países pobres. ¿Cómo funcionará esto exactamente? Muchos hallarán consuelo en la idea de que la humanidad siempre ha manifestado alarma frente al crecimiento poblacional.
El demógrafo francés Hervé Le Bras señala que, desde sus inicios, un halo apocalíptico ha acompañado la demografía. Pocos años después del hallazgo de Leeuwenhoek, uno de los fundadores de la Real Sociedad, sir William Petty, escribió algunos de los artículos seminales de este campo y calculó que la población mundial habría de sextuplicarse para el Día del Juicio, que se esperaba en unos 2 000 años.
Llegada la fecha, la población superaría los 20 000 millones: mucho más de lo que el planeta puede sostener, afirmó Petty. «Y entonces, como presagian las Escrituras, habrán de desatarse guerras, grandes matanzas y demás», concluyó. Le Bras explica que, conforme los pronósticos religiosos del fin del mundo perdían terreno, el crecimiento poblacional se convirtió en mecanismo sucedáneo del Apocalipsis, «concretando el temor atávico -y tal vez el anhelo ancestral- del fin de los tiempos», escribe.
En 1798, el sacerdote y economista inglés Thomas Malthus enunció su ley general de población afirmando que esta, necesariamente, crece con más celeridad que el abasto de alimentos, hasta que la guerra y la hambruna intervienen reduciendo la cantidad de individuos.
Sin embargo, las últimas plagas lo bastante mortíferas para menguar la población global habían ocurrido antes de Malthus y numerosos historiadores aseguran que la población no ha vuelto a disminuir desde la peste negra del siglo xiv. Dos siglos después de que Malthus declarara que la población no podía aumentar más, eso fue lo que sucedió. El proceso comenzó con la evolución de lo que hoy denominamos países desarrollados.
La diseminación de cultivos originarios del Nuevo Mundo, como el maíz y la papa, aunada al descubrimiento de los fertilizantes químicos, contribuyó a erradicar el hambre en Europa. Desde mediados del siglo xix el alcantarillado canalizó los desechos humanos lejos del agua potable, la cual empezó a someterse a los procesos de filtración y cloración que redujeron de forma impresionante la propagación del cólera y la tifoidea.@@x@@También en 1798, año en que Malthus publicó aquel tratado dispéptico, su compatriota Edward Jenner describió una vacuna contra la viruela: la primera y más importante de una colección de inoculaciones y antibióticos que, con las mejoras en nutrición y saneamiento, duplicarían la expectativa de vida de las naciones industrializadas (de 35 años a 77 actualmente).
Se necesitaría alguien muy pesimista para interpretar esa tendencia como ominosa: «El desarrollo de la ciencia médica fue la gota que derramó el vaso», escribió Paul Ehrlich, biólogo poblacional de Stanford, en 1968. Su libro The Population Bomb convirtió a Ehrlich en el maltusiano moderno más famoso.
En los años setenta, el autor vaticinó que «cientos de millones de personas morirán de hambre», afirmando que ya era muy tarde para hacer algo al respecto. «El cáncer del crecimiento de la población?debe extirparse, incluso por mandato, si los métodos voluntarios fracasan», sentenció.
A pesar (o quizá a causa) del vocabulario empleado, el libro tuvo tanto éxito como los escritos de Malthus e, igual que le sucedió al inglés, los vaticinios de Ehrlich fueron falsos. Para entonces, ya había dado inicio la Revolución Verde: la combinación de semillas de alto rendimiento, irrigación, plaguicidas y fertilizantes que permitió duplicar la producción de grano al extremo de que, aunque hoy muchas personas padecen desnutrición, las hambrunas masivas son esporádicas.
Con todo, Ehrlich acertó al pronosticar que la población se dispararía en la medida que la ciencia médica consiguiera salvar vidas. Después de la Segunda Guerra Mundial, los países en desarrollo recibieron una repentina transfusión de cuidados preventivos.
La penicilina, la vacuna contra la viruela y el DDT (que evitó que millones murieran de malaria) llegaron de golpe a esas regiones haciendo que la expectativa de vida en India pasara de 38 años en 1952 a 64 años en la actualidad, mientras que los chinos, que antes vivían un promedio de 41 años, hoy pueden celebrar su cumpleaños 73.
Los millones de habitantes de países en desarrollo que habrían muerto en la infancia han sobrevivido para engendrar hijos propios. Es por eso que la explosión demográfica se ha propagado: porque gran cantidad de personas se salvaron de morir. Pero también porque, durante algún tiempo, las mujeres mantuvieron elevada la tasa de natalidad.
En la Europa del siglo xviii o en los países asiáticos de mediados del xx ?periodos en que la mujer promedio engendraba seis hijos?, la función reproductora consistía en crear reemplazos para las madres y sus compañeros, ya que la mayoría de los descendientes no alcanzaba la adultez. Ahora bien, aunque al caer la tasa de mortalidad las parejas comienzan a tener menos hijos, esa transición suele demorar por lo menos una generación.
Así, mientras que un promedio de 2.1 nacimientos por mujer podría mantener constante la población de los países desarrollados, la «fecundidad de reemplazo» de las naciones en desarrollo permanece en niveles algo más elevados. Y si a eso añadimos el tiempo requerido para que la tasa de nacimientos se adecue al nuevo equilibrio con la tasa de mortalidad, la población explota.
Los demógrafos han dado a este proceso el nombre de transición demográfica, y es un fenómeno que todos los países deben experimentar en su momento. La explosión poblacional es un efecto secundario ineludible que algunos dudan que nuestra civilización logre sobrevivir.
No obstante, la tasa de crecimiento había alcanzado su pico máximo justo cuando Ehrlich hizo sonar la alarma pues, a principios de los años setenta, la fecundidad mundial comenzó a declinar más rápidamente de lo que nadie anticipara y, desde entonces, la tasa de crecimiento poblacional ha caído en más de 40 por ciento. @@x@@La menguada fecundidad que hoy rige en el planeta comenzó en distintas épocas para cada país. Francia fue uno de los primeros. A inicios del siglo xviii, las nobles de la corte gala disfrutaban de placeres carnales sin concebir más de dos hijos y para ello muchas veces recurrían al mismo método que Leeuwenhoek utilizó en su estudio: la «retirada» o coitus interruptus.
En los últimos años del siglo xix, la tasa de natalidad de Francia había disminuido a tres hijos por mujer sin intervención de los anticonceptivos modernos. Para Gilles Pison, del Instituto Nacional de Estudios Demográficos en París, aquella innovación crítica fue conceptual, no anticonceptiva, pues hasta la Ilustración «Dios decidía la cantidad de hijos que tendría la pareja.
La gente no comprendía que todo dependía de una decisión personal». A la larga, otros países occidentales siguieron esa pauta y, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, las tasas de fecundidad de Europa y Estados Unidos habían bajado casi al nivel de reemplazo.
Luego de un sorprendente repunte conocido como baby boom volvió a ocurrir una caída que tomó por sorpresa a los demógrafos, quienes habían supuesto que el instinto llevaría a las mujeres a tener suficientes hijos para asegurar la supervivencia de la especie.
Es más, la tasa de fecundidad de todos los países desarrollados cayó muy por debajo del nivel de reemplazo, de forma que, a fines de los noventa, el nivel europeo era de 1.4. «Las pruebas de que dispongo, todas ellas anecdóticas, apuntan a que las mujeres no tienen el menor interés en reemplazar la especie», dice Joel Cohen.
El fin de un baby boom puede tener dos consecuencias económicas importantes para un país. La primera es el «dividendo demográfico»: las deleitosas décadas en que los boomers engruesan la fuerza de trabajo y la cantidad de dependientes jóvenes y ancianos es relativamente reducida, por lo que abunda el dinero para otras cosas.
Pero después los boomers empiezan a jubilarse y lo que hasta entonces se consideraba un orden demográfico perdurable llega a su fin. «¿Habrá suficientes trabajadores productivos para costear las pensiones de 2050? -cuestiona Frans Willekens, director del Instituto Demográfico Interdisciplinario de los Países Bajos, en La Haya-. La respuesta es no».
Las naciones industrializadas tardaron varias generaciones en lograr que la fecundidad se situara en el nivel de reemplazo o por debajo de este. Los demógrafos se han llevado la tremenda sorpresa de constatar que, conforme dicha transición se extiende al resto del mundo, la tendencia se ha vuelto mucho más acelerada.
Aunque la población sigue en aumento, la tasa de fecundidad de China (hogar de una quinta parte de los habitantes del planeta) ha estado por debajo del nivel de reemplazo desde hace casi 20 años, gracias, en buena medida, a la coercitiva política de «hijo único» implementada en 1979.
Las chinas, que apenas en 1965 concebían un promedio de seis descendientes, hoy día tienen alrededor de 1.5 hijos. Entretanto, debido al apoyo del régimen islámico, la fecundidad de Irán ha disminuido más de 70 % desde principios de los ochenta, mientras que las brasileñas han reducido a la mitad su tasa de fecundidad en el transcurso del mismo cuarto de siglo.
@@x@@»Todavía no entendemos por qué la fecundidad ha disminuido con tal rapidez en tantas sociedades, culturas y religiones. Es inexplicable», confiesa Hania Zlotnik, directora de la División de Población de Naciones Unidas. Es verdad que la tasa de fecundidad en África subsahariana es de cinco hijos por mujer (siete en el caso de las nigerianas), y que 17 países de la región conservan una expectativa de vida de 50 años o menos y apenas empiezan su transición demográfica.
No obstante, el tamaño de las familias se ha reducido drásticamente en la escala global y, según diversas proyecciones de la ONU, el mundo alcanzará la tasa de reemplazo hacia el año 2030. «El grueso de la población se encamina hacia la no explosión, algo muy positivo», asevera Zlotnik.
Lo negativo es que 2030 se encuentra a escasas dos décadas de distancia y la generación de adolescentes más numerosa en la historia iniciará entonces su etapa reproductiva, de modo que aun cuando esas mujeres tengan sólo dos hijos, la población continuará su impulso ascendente durante otro cuarto de siglo.
¿Aprenderemos a vivir en circunstancias más humanitarias sin destruir el medio ambiente? De algo podemos estar seguros: casi una de cada seis personas vivirá en India.
Hace tiempo asimilé intelectualmente el problema de la explosión poblacional, pero lo entendí emocionalmente hace un par de años, una noche calurosa y hedionda en Delhi? La temperatura era de casi 40 0C y en el aire flotaba una neblina de polvo y humo. Las calles hervían de gente. Gente que comía, lavaba, dormía. Gente que metía las manos por las ventanas del taxi para pedir limosna. Gente que defecaba y orinaba. Gente colgada de los autobuses. Gente que conducía ganado. Gente, gente, gente, gente. ?Paul Ehrlich
India tenía unos 500 millones de habitantes en 1966, cuando Ehrlich hizo su recorrido en taxi, pero la población actual es de 1 200 millones. La cifra poblacional de Delhi se ha incrementado aún más rápido, a un total aproximado de 22 millones, debido a que los antiguos residentes de pequeñas poblaciones y aldeas han inundado la zona urbana estableciéndose en asentamientos irregulares en expansión.
A principios de junio pasado, la maloliente y sofocante ciudad todavía no recibía los monzones de verano que habían de enjuagar incontables construcciones. Familias de cuatro viajaban en motocicletas; grupos de una docena o más se apretujaban en ruidosos rickshaws motorizados, diseñados sólo para dos pasajeros.
A orillas del caótico y superpoblado laberinto de callejuelas de la Vieja Delhi, una marea humana atraviesa, cada mañana, la puerta de entrada del hospital Lok Nayak y se arremolina en la sala de recepción. «¿Quién puede ver esta escena sin preocuparse por la población de India? -me pregunta una tarde el cirujano Chandan Bortamuly, mientras nos abrimos paso hacia su clínica de vasectomía-. La población es nuestro principal problema».
Bortamuly entra en una pequeña sala de operaciones donde dos hombres yacen en las mesas de exploración, con los testículos asomando por orificios en los campos quirúrgicos de color verde. Bortamuly es uno de los primeros de la fila en una guerra que estalló en su país hace casi seis décadas.
En 1952, apenas cinco años después de independizarse de Gran Bretaña, India se convirtió en el primer Estado que estableció una política de control poblacional y, aunque desde entonces el gobierno ha realizado numerosos esfuerzos, jamás ha alcanzado sus ambiciosos objetivos.
Una política nacional que se adoptó en 2000 instaba al pueblo a establecer la fecundidad de reemplazo en el nivel de 2.1 para 2010, lo que no sucederá en, por lo menos, otra década. Según una proyección de Naciones Unidas, la población india alcanzará poco más de 1 600 millones de habitantes hacia 2050.
«No cabe duda de que, para 2030, India terminará por superar a China en términos poblacionales», sentencia A. R. Nanda, antiguo director de la Fundación para la Población de India, un grupo de ayuda. La esterilización es el principal método para controlar la natalidad en India y la gran mayoría de los procedimientos se practican en mujeres.
@@x@@Sin embargo, el gobierno trata de modificar este esquema ofreciendo vasectomías sin bisturí, cuyos costo y riesgo son muy inferiores a la ligadura de trompas en mujeres. Bortamuly trabaja rápido. «Dicen que el pinchazo de la aguja es como una mordedura de hormiga -explica cuando el primer paciente respinga al administrarle un anestésico local-. Después, el procedimiento es completamente indoloro e incruento».
Con la punta afilada de un fórceps, Bortamuly practica una incisión diminuta en la piel del escroto y extrae un segmento delgado y blanquecino del conducto deferente o tubo espermático del testículo derecho.
Anuda dos extremos del asa de tejido expuesto con un hilo negro delgado, corta los extremos y vuelve a introducir el conducto bajo la piel. En menos de siete minutos, el paciente sale caminando de la clínica, con el consuelo de que el gobierno le entregará un incentivo de 1 100 rupias (alrededor de 25 dólares estadounidenses), equivalentes al salario semanal de un obrero.
El gobierno indio trató de promover la vasectomía en los setenta, época en que la angustia de la bomba poblacional alcanzó su pico máximo. La primera ministra Indira Gandhi y su hijo, Sanjay, utilizaron poderes especiales de emergencia para forzar un incremento impresionante en las esterilizaciones y así, entre 1976 y 1977, la cifra se triplicó a más de ocho millones.
Los trabajadores en planificación familiar fueron presionados para cumplir sus cuotas y algunos estados utilizaron la esterilización como prerrequisito para recibir nuevas viviendas y otros beneficios gubernamentales. En casos extremos, la policía organizaba redadas de individuos pobres para llevarlos a los campamentos de esterilización.
Semejantes excesos terminaron por manchar el concepto de planificación familiar. «Algunos gobiernos se rehusaron a abordar el tema», recuerda Shailaja Chandra, antigua directora de National Population Stabilisation Fund (NPSF). Con todo, la fecundidad de India ha registrado una disminución, si bien no tan acelerada como en China, donde comenzó a caer incluso antes de la política draconiana del hijo único.
Hoy el promedio de India es de 2.6 hijos por mujer, menos de la mitad de lo que fue durante la visita de Ehrlich. La parte sur del país y algunos estados del norte ya se encuentran en o por debajo del nivel de reemplazo. En Kerala, en la costa suroccidental, inversiones en salud y educación han contribuido a disminuir su fecundidad a 1.7 y, según los demógrafos locales, la clave ha sido la tasa de alfabetización femenina que, situada en cerca de 90 %, es sin duda la más alta del país.
Las niñas que asisten a la escuela empiezan a procrear más tarde que las jóvenes que no reciben educación, están más abiertas a las estrategias de anticoncepción y tienen mayor probabilidad de entender sus opciones. La estrategia, propuesta como modelo internacional, no ha arraigado todavía en los estados pobres del norte de India: el «cinturón hindi», que se extiende a lo ancho del país justo al sur de Delhi.
Casi la mitad del crecimiento poblacional hindú ocurre en Rayastán, Madhya Pradesh, Bihar y Uttar Pradesh, donde las tasas de fecundidad aún oscilan entre tres y cuatro hijos por mujer. Más de la mitad de las mujeres del cinturón hindi son analfabetas y las jóvenes a menudo contraen matrimonio mucho antes de alcanzar la edad legal de 18 años. @@x@@Además, como adquieren estatus con la fecundidad, es frecuente que no dejen de concebir hasta producir, por lo menos, un varón. Como alternativa del modelo Kerala, algunos apuntan al estado sureño de Andhra Pradesh, donde los «campamentos» de esterilización quirófanos temporales que suelen instalarse en las escuelas hicieron su aparición en los setenta y la tasa de esterilización se ha mantenido alta gracias a los hospitales que hoy los sustituyen.
En sólo 10 años, desde comienzos de los noventa, la tasa de fecundidad de la entidad cayó de tres a menos de dos y, a diferencia de Kerala, la mitad de las mujeres de Andhra Pradesh aún es analfabeta. Amarjit Singh, director ejecutivo del NPSF, calcula que si los cuatro estados más extensos del cinturón hindi hubieran adoptado el modelo de Andhra Pradesh, se habrían evitado unos 40 millones de nacimientos, y mucho sufrimiento.
«Dos millones y medio de niños fallecieron», informa Singh. En su opinión, si toda India adoptara programas de alta calidad para promover la esterilización en hospitales, en vez de en campamentos, para 2050 la cifra poblacional sería de 1 400 millones y no de 1 600 millones.
Los críticos del modelo Andhra Pradesh (entre ellos Nanda, de la Fundación para la Población) afirman que los indios necesitan atención médica de mejor calidad, sobre todo en regiones rurales; por ello se oponen a los objetivos numéricos que presionan a los trabajadores gubernamentales a esterilizar a la población y condenan los incentivos económicos que inducen a las parejas a limitar el tamaño de sus familias.
Hoy día, los residentes de grandes ciudades indias siguen los pasos de sus homólogos en Europa y Estados Unidos. Sonalde Desai, asociada del Consejo Nacional de Investigación Económica Aplicada en Nueva Delhi, me presentó con cinco trabajadoras de la capital india que desembolsaban la mayor parte de sus salarios en colegiaturas de escuelas privadas y tutores; cada cual con uno o dos hijos, y sin la menor intención de concebir más.
Luego de una encuesta nacional que abarcó 41 554 hogares, el equipo de Desai identificó una pequeña y creciente vanguardia de familias con hijos únicos. «Fue increíble ver la atención que los progenitores dedican a sus hijos -comenta-. De pronto comprendimos la causa de que la fecundidad esté disminuyendo». No puede decirse lo mismo de las zonas rurales.
Fui con el equipo de Desai a Palanpur, aldea de Uttar Pradesh, estado del cinturón hindi tan poblado como Brasil. Al entrar vimos una torre de telefonía celular, pero también riachuelos de aguas negras discurriendo por los senderos que comunicaban las pequeñas casas de ladrillo. Nos detuvimos en una huerta de mangos donde el guarda declaró que no tenía razón alguna para educar a sus tres hijas.
India no debe enfocarse exclusivamente en reducir la fecundidad o la población, declaró Almas Ali, de la Fundación para la Población. «El objetivo debiera ser transformar las aldeas en lugares habitables. Cada vez que se habla de la población de India, lo primero que pasa por la cabeza es su número creciente.
El enfoque en los individuos ha sido relegado a un segundo término». El domingo partimos de Palanpur y viajamos cuatro horas en auto hasta Delhi. El tráfico se paralizó casi por completo en numerosas poblaciones, donde la actividad de los mercados ambulantes parecía envolver los vehículos.
Vi a un hombre que subía una colina empinada, empujando una carreta tan repleta de carga que no podía ver por dónde iba. Recordé entonces la epifanía de Ehrlich durante su recorrido en taxi, hace muchas décadas. Gente, gente, gente, gente? Sí. Y también una sobrecogedora sensación de energía, de empeño, de aspiración.@@x@@La reunión anual de Population Association of America (PAA) es uno de los encuentros más importantes para los demógrafos del mundo entero, pero en abril del año pasado la explosión poblacional global no quedó incluida en su agenda.
De hecho, los demógrafos tienen confianza en que, hacia la segunda mitad del presente siglo, concluirá una singular época en la historia de la humanidad (la explosión demográfica) para dar paso a una nueva etapa en la cual la población se nivelará o, incluso, disminuirá. Sin embargo, ¿seremos demasiados?
Durante la reunión de PAA, en Dallas, me entero de que, en estos momentos, toda la humanidad cabría en el estado de Texas si este pudiera poblarse tan densamente como la ciudad de Nueva York.
Esa comparación me llevó a pensar en los mismos términos que Leeuwenhoek; es decir, si en 2045 hubiera 9 000 millones de personas distribuidas en los cinco continentes habitables, la densidad poblacional sería poco más de la mitad registrada actualmente en Francia, país que no suele considerarse una pesadilla demográfica.
¿Acaso el mundo será un infierno poblacional para entonces? Algunas partes podrían serlo y, es más, ya hay regiones que lo son. Hoy día existen 21 ciudades cuyas poblaciones superan los 10 millones de personas y para 2050 la cifra será mucho mayor.
Cada año, Delhi acoge cientos de miles de migrantes que, al llegar, descubren que «no se han planificado las necesidades de agua, drenaje o habitación», informa Shailaja Chandra. La ciudad bangladeshí de Dacca y Kinshasa en la República Democrática del Congo, son 40 veces más grandes que en 1950 y sus asentamientos irregulares están repletos de indigentes que han ido allí para escapar de una pobreza rural peor.
Bangladesh es una de las naciones con mayor densidad poblacional en el mundo y una de las más amenazadas por el cambio climático; la crecida de los mares podría desplazar a decenas de millones de sus habitantes. Y Ruanda es otro caso alarmante.
En su libro Collapse, Jared Diamond postula que el genocidio de casi 800 000 ruandeses, en 1994, fue consecuencia de varios factores que incluyeron no sólo las tensiones raciales, sino también la sobrepoblación: demasiados campesinos compartían un mismo terreno productivo dividido en parcelas cada vez más pequeñas que se volvieron insuficientes para sostener a sus familias.
«A veces, las especulaciones maltusianas más siniestras se hacen realidad», concluye Diamond. Con justificada razón, muchas personas temen que las predicciones de Malthus lleguen a concretarse y que el planeta sea incapaz de alimentar a 9 000 millones de personas.
Lester Brown, director de Earth Policy Institute en Washington, considera que la escasez de alimentos podría precipitar el colapso de la civilización global. Brown argumenta que estamos erosionando el suelo y agotando los acuíferos con mayor celeridad de lo que pueden recuperarse.
En breve, esta combinación de factores restringirá la producción alimentaria. «El punto más apremiante de la agenda global es remediar el problema de la falta de planificación familiar», escribe, de suerte que si no reducimos la fecundidad para mantener la población mundial en un total de 8 000 millones, es muy posible que aumente la tasa de mortalidad.
Ocho mil millones es la proyección más baja propuesta por la ONU para 2050. Según esa perspectiva optimista, Bangladesh alcanzará una tasa de fecundidad de 1.35 en el año citado y, sin embargo, aún tendrá 25 millones de habitantes más de los que hay en la actualidad.
Asimismo, la fecundidad de Ruanda caerá por debajo del nivel de reemplazo, pero su población todavía será más del doble de la que había antes del genocidio. Si ese es el panorama optimista, entonces el futuro es muy poco alentador. Pero también podemos llegar a otra conclusión: fijar la cifra poblacional no es la mejor manera de hacer frente al futuro.
Las personas que viven hacinadas en asentamientos irregulares necesitan ayuda, pero lo que debemos atacar es la pobreza y la falta de infraestructura, no la sobrepoblación. Es una buena idea que todas las mujeres tengan acceso a servicios de planificación familiar.
No obstante, el programa de control poblacional más agresivo que podamos imaginar no salvará a Bangladesh del creciente nivel del mar, ni evitará otro genocidio en Ruanda, ni nos salvará de nuestros terribles problemas ambientales. Un buen ejemplo es el calentamiento global.
@@x@@Las emisiones de carbono derivadas del combustible fósil aumentan con mayor rapidez en China debido, en gran medida, a su prolongado florecimiento económico; pero la fecundidad de ese país ya se encuentra por debajo del nivel de reemplazo, de modo que no hay mucho que pueda hacerse para controlar su población.
En lugares donde el crecimiento poblacional es más acelerado, como África subsahariana, las emisiones de carbono por individuo equivalen apenas a una fracción del porcentaje generado por cada estadounidense, de manera que el control poblacional no tendría gran impacto en el clima.
Brian O’Neill, del Centro Nacional para Investigación Atmosférica de Estados Unidos, ha calculado que si, en vez de 8 900 millones, la población mundial sumara 7 400 millones en 2050, las emisiones de carbono disminuirían 15 %. «Quienes afirman que la población es el problema principal se equivocan -protesta Joel Cohen-.
Ni siquiera puede considerarse un factor dominante». Para frenar el calentamiento global tenemos que cambiar los combustibles fósiles por fuentes de energía alternativa, independientemente del tamaño que adquiera la población. Por supuesto, la cantidad de personas es relevante, pero lo es más el consumo de recursos naturales.
El reto principal para el futuro del planeta y la humanidad estriba en hacer que más personas salgan de la pobreza y reducir, al mismo tiempo, el impacto ambiental de cada individuo. El Banco Mundial predice que, en 2030, más de 1 000 millones de habitantes de países en desarrollo formarán parte de la «clase media global», arriba de los 400 millones en 2005.
Es una buena noticia. Sin embargo, las presiones para el planeta serán enormes si esos individuos comen tanta carne y conducen tantos vehículos de gasolina como hacen los estadounidenses en la actualidad. Es demasiado tarde para impedir el nacimiento de la clase media de 2030, pero no para cambiar la forma en que, tanto ellos como nosotros, producimos y consumimos alimentos y energía.
«Para mí, es mucho más razonable comer menos carne que ordenar: ¡Tengan menos hijos!», dice Le Bras. ¿Cuántos humanos puede sostener la Tierra? Cohen dedicó varios años a revisar todas las investigaciones publicadas. «Escribí un libro creyendo que podría ofrecer respuestas -dice-.
Pero descubrí que es imposible con los conocimientos de que disponemos hoy». Lo que encontró, en cambio, fue una gran variedad de «cifras políticas que pretenden persuadir al público» de una u otra forma. Desde hace siglos, los pesimistas poblacionales han hecho advertencias apocalípticas a los optimistas congénitos, quienes tienen la firme confianza en que la humanidad siempre encontrará los medios para superar la adversidad y mejorar su destino.
Hasta ahora, la historia ha favorecido a los optimistas, mas la historia no es directriz infalible para el futuro. Tampoco la ciencia, ya que no puede vaticinar el resultado debido a que los factores (cuántas personas habrá y cómo viviremos) dependen de las decisiones que vamos a tomar y de las ideas que están por surgir.
En ese sentido, Cohen propone lo siguiente: «Garantizar que todos los niños estén lo suficientemente nutridos para recibir la educación que precisan para resolver las dificultades que enfrentarán como adultos». Eso cambiaría el futuro significativamente.
Este debate se hizo presente en el nacimiento del alarmismo poblacional, encarnado por el propio reverendo Thomas Malthus. Hacia el final del libro en que formula la inflexible ley de que el crecimiento descontrolado de la población conduce a la hambruna, Malthus declara que su ley es buena porque nos hace entrar en acción.
El hombre, escribió -sin duda refiriéndose también a la mujer-, es un ser «pasivo, apático y enemigo del trabajo, a menos que se vea apremiado por la necesidad». Pero la necesidad, agregó, engendra esperanza:
«Los esfuerzos que los hombres consideran necesarios para sostenerse a sí mismos o a sus familias a menudo despiertan facultades que, de lo contrario, permanecerían latentes, y es de todos sabido que las situaciones nuevas y extraordinarias suelen dar origen a intelectos adecuados para contender con las dificultades que encuentran». Estamos a punto de ser 7 000 millones; 9 000 para 2045. Esperemos que Malthus no haya errado al hablar favorablemente de nuestra inventiva.